Veintidós

Tengo una derrota hundida en las manos
y no puedo darle nombre ni enmarcarla;
porque ella inunda el aire, me atraviesa el corazón,
también la noche, también la angustia;
porque va descarriando la sonrisa,
ahuyentando los ojos hasta volverlos extraños.

Tengo una derrota que es tantas a la vez,
que es como poliedro, o camaleón;
nunca mariposa errante ni de humo,
ni el cometa extraviado que yo quisiera.
También, tengo un desvelo que a mis tobillos la ata,
un poema que la hace hermana del desconsuelo,
y el delirio de un amanecer sin la negrura en el sol.

Sin desvío

Eras ave con pretérito plumaje,
eras un nombre y un fantasma,
eras el pueblo enardecido de lluvia
y nubes de soledad entre mis tardes;
podrías ser el eco de la tristeza,
la canción con manos de miel,
o el sillón que deja la angustia,
pero somos navíos que apenas si cruzan sus horizontes.

Arañas

Arranqué arañas de mi cabello,
cuando la tarde me daba un aire envilecido,
cuando la palidez era el bastón de la nada.

Habría sido mejor desprenderte de las hojas,
de la ventana roída por la neblina,
o desenredar distancias y tiempos.
Habría sido mejor tropezar con tus manos,
con el infinito tras tu voz.
Habría sido mejor arrancarte de mi cabello,
y que fueran arañas las que se posen en la ausencia.

Habría sido mejor encontrarte tras una puerta,
y que fuera otro el poema que se cae de mi boca.

Yo quisiera decirle

Vamos. Ponga en un bodoquito de papel todas las desesperaciones y soledades que le azulean las manos, todos sus poemas taciturnos y las lluvias. Yo le puedo dar mis derrotas. Luego podríamos hacer esferas con los fríos y los llantos, ponerles alas para dejarlas ir desde el sombrero de un árbol, y cuando quieran volver sobre nuestros brazos entonces les dispararemos con juegos de risas y versos. Vamos. Creo que usted también se preocuparía por sus tristezas, pero ellas no morirán, sólo serán estrellas llorosas en otro cielo.

Flecha

Si tuviera las palabras, yo te daría la lluvia en versos,
te diría que quiero tus dedos enredando el tiempo
y hablaría de las luciérnagas dulces que salen de tu boca.
Pagaría con el insomnio de todos los octubres,
si este verso te atravesara la piel.

Yo sé dejar al tiempo atropellar mis manos para luego verter relojes muertos en mi camino; sé llegar tarde, cuando sólo queda un final enmarcado en un atardecer roto; también gritar cuando los oídos ya son ruinas de lo que hubiera sido, y esperar amaneceres con un poema en la punta de la lengua: he sabido llorarlos.

Sé lanzar mi cuerpo a la hora doliente y regar versos por las calles que me ven recoger mis pasos, también tararear causas perdidas. Lo que necesito decirle, es que también sé inventar risas.
No quiero verte surcar las tardes, ya sé que eso es un trazo de soledades en mi espalda. No quiero cavar un lecho para tu sombra, pero me gusta el olor de las espinas que se confunden con tus manos.

Cercas

Tengo las manos vacías, y llenas,
tengo moho en mis raíces
y ayer no supe donde poner mi desvelo.

Tengo el aliento de una noche inmóvil
y de los restrojos de un camino que no existe.
Tengo ganas de irme, de quedarme,
de perderme o dar conmigo.

Tengo huecos en el estomago
y paredes que chorrean hojas;
un recurrente desgano que ya camina,
que ya se acopla a mi cuerpo
y a veces me amarra a mi cama.
También euforia y colores.

Tengo ganas de poner luces en mis oídos.
Y esperanzas, muchísimas,
pero también piedras que las marchitan.
Tengo los dedos despeinados
y un deseo enfermo de escribir.

De veras

Usted.
Sí, usted, puede irse a la mierda.
Usted es todos.

De cualquier forma

Yo te invento un barco,
te invento un tren con pestañas de cielo,
yo te grito con mis costillas
y te lanzo voces encendidas.
Pero te vas en cualquier rueda,
te vas con cualquier canto.

Disparo

Que no se desmaye tu voz ni los desatinos que la empinan,
que la duda no encadene tu boca,
que no sean tus manos refugios de la soledad
ni de besos perdidos,
que la desesperanza no te robe los pies.

Porque si dejas que tu voz se quede inmóvil
si me das horas revueltas con un vacío oscuro
yo no voy a seguir tus rastros en el aire,
yo no voy a seguir tu andar entre raíces y lluvias,
ni voy a quedarme con el fracaso destejiéndome los ojos;
si me das gritos enredados con titubeos
yo me iré a navegar en mis venas para llegar a otra gruta,
porque yo no quiero en mi boca un jardín que no crece,
no quiero marchitar las horas si te florece el desgano,
ya no quiero colgarme las derrotas en las costillas
para luego abrazarlas con mis aguaceros.

Y sé lo inútil de estos versos:
quizás no tengas palabras,
no hay dudas porque no hay certeza,
quizás poco te importa la brújula de mis pies
o en donde quiera yo navegar,
sé que esto pende de mi desvarío,
de mis invenciones en tus madrugadas
y en tus llamados taciturnos,
sé que esto pende de mi disparate
y de él pende este poema.
Sin embargo,
si dejaras luces al borde de mi camino,
si desprendieras de un árbol un susurro,
yo podría desterrar mis presagios,
y aunque la fatalidad es nuestra sombra
yo podría ponerle escamas a mi esperanza
para buscar aguas sin espinas y sin sal,
yo podría arrancar algunas grietas y dudas,
podría terminar este grito al desvelo
este aullido absurdo que no da con ninguna luna,
podría terminar esta amenaza a tu boca, este poema:
ponerle alas y que rompa tu ventana,
que te despeine y te diga que lances un cohete
que rompa mi techo, mi puerta, mi voz y todo resto de silencio.

Sin rastro

Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.
Roque Dalton

No sé cual animal se derrama en estas calles,
no sabría hablarte de hoy ni de ayer,
de la luna que cava en la oscuridad
o de las huellas que arrastran mis dedos,
no sé cómo decir que el viento no tiene uñas
y las bancas ya no hablan de añoranzas.

Es cierto que yo desprendía memorias del aire,
les amarraba algún susurro alado
y luego volvían como callados poemas,
es cierto que yo veía un callejón desangrando la noche
mientras los nidos lanzaban agua;
pero ahora han caído pétalos de olvido, rotos,
y no hay tantos mordiscos de comején,
podría ser que mariposas cansadas de la nostalgia
se han bebido la sangre de las nubes,
y es por eso que ya no hay vacío
o todo es un agujero con un sol extraviado,
es por eso que ya no siento tantas grietas en los ojos
o el sentir se me ha caído de las manos, que desidia.

Quizás es la espera anclada
de poemas sin voz, rondando esquinas,
de sentir setiembre como un cementerio con vida,
del callejón escupiendo medusas azules,
de caminar con el peso de lo perdido.
Quizás es la espera anclada,
porque hoy no crecen híbridos de agua y luz:
trozos de ayer,
porque hoy el aire no habla de tardausencias
y no hay desfiles con gritos oscuros;
no importa que a veces, por alucinación
o por el soplido de los tejados,
sienta que la tarde contiene un llanto
y que de las puertas cuelgan fantasmas,
no importa: sé que ya nada vuelve,
por eso no sé hablarte de la lluvia,
ni de setiembre.

Ánimos de un parque o presagio de los míos

I Deslumbrada y triste

Los faroles abrieron sus ojos cuando la tarde ya se iba quitando la falda, cuando ya tenía los brazos grises como insinuación de lluvia y poco a poco, dejaba ver su cuerpo que era el tejado nocturno. Abrieron sus ojos cuando entre gradas y árboles, la nariz de la tarde se convertía en un desatino, en un sinsabor que venía subiendo por mi estómago y se me salía por los ojos hasta dar de frente con los lunares del cielo: estrellas.

Y podría obviar esas cosas con el recuerdo de alguna complicidad y una sonrisa que hasta creía en las alegrías, porque las luces disparaban lápices para dibujar remos en los pies y ciertamente era una fatalidad bella, rodeada de silencios, de flores envejecidas, de sorpresas revueltas con nostalgia de lo que luego no sería, también de luciérnagas que gritan luz y no saben que están a punto de comenzar su agonía. Entonces vuelve el lado del más puro sinsabor, como una sombra debajo de las piedras, envolviendo la quietud y esperando.

Creo que alguna certeza fatídica me quedó en los dedos, porque muchos días pasaron y toda hoja que yo recogía traía manojos de horas con ánimos tan tristes como el amanecer de los faroles; días en los que las tardes se iban quitando hasta la piel, ya no como una insinuación de lluvia, sino dejando caerse como noche llorosa. Ya lejos de ese día, podía seguir sintiendo el sinsabor bordado en mi lengua y con la certeza que una luz sólo evocaría la nostalgia de aquellas que lanzaban lápices a mis manos.

II Desgano

Yo no sé si hubo tarde o noche, como quien duerme con los ojos clavados en la pared y se queda inmóvil para enredar tiempo y memoria, para entretenerse con alguna causa perdida. Así los faroles apenas dejaban salir un aburrimiento que ya no podía actuar de tranquilidad, así veía los tejados caídos sobre los muros y no haciendo piruetas en el aire, así veía llegar la noche como si fuera sólo la espera del día, y por supuesto de otra noche. Y arrastrarse en el tiempo con todo y los ojos lánguidos.

III No tan malo, creía

El sol estallaba en palomas que herían toda rama, todo tiempo, toda tristeza. Algo se iba dibujando con borrones ópticos mientras yo pensaba en cómo llevarme gestos y bancas. Esas bancas que antes parecían cementerios varados y ahora parecían barcos de papel entonces era tan fácil hundirse en cualquier hormiga, en el aire tan suave, en el viento que trataba de decir que son posibles las heridas dulces, que una palabra huérfana era en realidad suficiente para decir un cometa de infinitos colores o saltar de una constelación a otra, que una palabra huérfana bastaba para creer que un pedazo de papel podía engordar hasta convertirse en un poliedro y entonces llenarlo de juegos o pintarlo con tantos colores como el de aquel cometa. Y entre tanto podía aparecer el cadáver de una cucaracha entonces lo inevitable de las heridas cuando las hormigas se llevan toda dulzura y sólo dejan sangre mordida y el silencio como un grito espinoso y hacia abajo de la garganta.

Volviendo al viento; trataba de decirme que siempre había estado equivocada y que siempre había tenido la razón. Porque después de todo, el parque de veras era algo así como una mezcla de intuición y condena, y que después de todo estas dos cosas no tenían que ser tan instantáneamente tristes.

IV Pero

El viento no tenía razón. No fue así.

Dormida

Quise ponerme los pies,
levantarme con un aullido vertical y absoluto;
quise atrapar algún aliento
y sentir los aviones alzar mi cabeza,
el vértigo en mis huesos.

Quise ponerme los pies,
para salir a escarbar la noche
y encontrar algún resto de compasión,
para alcanzar la vida, aunque sea lejos de aquí,
lejos del desgano que llevo entretejido,
lejos del hastío que me crece en las uñas
y es esa la hierba que se derrama en las esperas:
el fracaso.
Quise ponerme los pies para alcanzar la vida,
aunque sea lejos de aquí, lejos de mí.

Hoy cuando quise caminar abismos o astros,
casi sentí levantarme con alas feroces
mientras algo resucitaba en mi medula,
casi sentí que podía pescar algún entusiasmo
menos cruel, menos tormentoso;
casi sentí marchitar mis tropiezos
y con ellos, las flores que llueven desatinos.
Casi sentí que tenía los pies,
pero bajaron párpados y desganos:
mis huesos con el vértigo en la punta de la lengua,
mi aullido anclado en un silencio horizontal;
y entre susurro y fatalidad
algo decía que no importa la estrella que camine
o abismo que siga
o noche que escarbe,
sólo encontraría una vereda circular;
que no importa si me ponga los pies o no,
porque a medio andar un murciélago se los llevaría
y aunque un disparo optimista diera a sus alas,
y llegara al final, sólo encontraría una banca vacía e infinita,
o una pared arrugando la esperanza, que es lo mismo.

Balsa Balsa Balsa Balsa

La necesito.



Estoy muy solo y triste, acá,
en este mundo abandonado,
tengo una idea es la de irme
al lugar que yo mas quiera.
Me falta algo para ir,
pues caminando yo no puedo.
Construiré una balsa
y me iré a naufragar.

Tengo que conseguir mucha madera,
tengo que conseguir, de donde pueda.
Y cuando mi balsa esté lista
partiré hacia la locura.
Con mi balsa yo me iré a naufragar.

Aquí

Ya muchas cosas se han destruido. La casa sobre la que siempre volaban gatos, la botaron. Botaron también el recuerdo de aquel hombre que sentado en su acera, llenaba su nariz de alguna esperanza tan lejana como la lluvia que hoy buscan los gatos sin saber que ya hace mucho tiempo dejó de caer. También se han destruido algunas tardes, batallas entre nubes que terminan con arañazos violetas y naranjas, terminan derramando la noche en los faroles y los pasos. Y en una de esas tardes que iba agonizando a golpes de sombras, vi que las ventanas de aquel lugar estaban mordidas por el olvido, las quebraron, amordazaron sus muros y puertas con madera y cadenas. No sé si sabrás del lugar que hablo, el de las ventanas que cuadriculaban la piel lunar; pero basta decir que ya no es como fue y que verlo duele en la memoria.

Otras cosas se han desgastado. Los árboles están más jorobados, a veces sus muecas se pasan de tristes y el frío les raspa las ramas, entonces dejan ver sus huesos con dibujos de un enero inmóvil, de un diciembre estafándome las manos, sus huesos con garabatos de canciones y de un setiembre que se va rociando. En cambio, los rayones han crecido, hace unos días pasé por aquella calle y vi que habían muchos más, también noté que el sol le sienta mal y es mejor verla sin luz. La memoria ha engordado, aunque a veces una sombra le hiere la sangre y parece a punto de quebrarse y hacer de su cuerpo un desastre de recuerdos que no saben de donde vienen ni a quien deben tomar de la mano. Los recuerdos están todos igual de lejos, igual de cerca.

Muchas cosas no son tan distintas. De vez en cuando este lugar parece cercano a lo que fue y al dar vuelta en una esquina siento que podría girar el tiempo, arrugarlo como hoja, y encontrarme caminando en las calles que ya no son las que eran; una vez tuve tanta certeza de ese girón temporal que caminé por cada lugar posible hasta que el desvarío me llevó contra la puerta de mi casa, con los pies casi tan cansados como mi esperanza. También me engañan los olores y una ráfaga burlesca me carcome el día, no tanto como el cielo que últimamente está extraviado y yo le creo más que al calendario, entonces los meses andan sueltos y aparecen cualquier día: abril sacude una mañana y ya en la noche noviembre anda recogiendo sus pedazos. No hace falta decir que el cielo ya es un buen mentiroso y que yo vivo de sus mentiras.

Muchas cosas han sido disparatadas. Hubo una noche, o dos; de las que no recuerdo cómo estaba esa casa, ni aquel lugar, ni el cielo. No sé cómo contarte que los relojes se enredaron con las bancas vacías, que se enredaron las esquinas con un olor a versos, que este lugar se volvió una maraña, y que no sé si habían gatos volando o no, porque sólo podía ver los faroles que dejaban escapar trozos de agua revueltos con picos y alas que iban dejando caer el pueblo que había sido. Llovían pasos, oscuridades y puertas cerradas, llovían luces húmedas, risas y techos llenos de polvo y nostalgia. Entonces escuché un rasguño en el aire y vi los árboles pasar sus uñas entre el viento, los vi con sus hojas apolilladas por los días que han pasado, y supe que de los faroles no escapaban trozos de agua sino el fantasma desmembrado de este lugar. Vi de nuevo las calles ya más gastadas y las ventanas rotas.

Vendaval

Tengo medusas
entre mis costillas y mi memoria;
a veces soplan aires
que atraviesan mis ánimos,
rasguñan mis ojos,
recogen madrugadas heridas
y las sujetan a mi boca.

Antes soplaban huidas
que me ponían veleros en los pies,
yo corría hasta caer en las risas,
luego me los quitaba
para encallar al borde del atardecer,
entonces bucear entre luces,
entre versos y veredas.
Antes soplaban arcoíris
y teñían la lluvia que caía en mi frente,
como un arrullo de los faroles,
como una caricia de neblina.

Tengo medusas
que a veces balbucean vientos
y la nostalgia camina conmigo,
sin dejarme en soledad o ausencia
y veo libélulas pálidas florecer en mis manos,
huelo el sol como un recuerdo callado,
apenas, como el fantasma de una espina.

Otras veces ellas gritan vientos,
la nostalgia ya se cose a mi ropa,
mientras veo canciones destazadas
y esquinas llorando gatos
como los que antes seguía.
Las libélulas ya son enredaderas
en este desfile de huracanes
que llena el aire de mis tropiezos
y polillas imposibles,
que hacen llover callejones
con sus sombras, sus poemas,
sus estrellas en las pupilas.

Tengo medusas
entre mis costillas y mi memoria,
a veces soplan aires
que atraviesan las horas,
arrancan cielos marchitos
y los siembran en mi boca.

Amarilloazulado

Gusto por las noches
aunque ladren a los fantasmas,
por las lluvias casi perennes
aunque quiebren la luz,
por lo que parte con alas lastimeras
o el dolor que dolería más no tenerlo,
por lo amarilloazulado:
pasearse al filo de la hora doliente
y así el titubeo anímico,
dejarse bambolear por las tormentas
desde la cresta que supone un abismo,
o vagar en laberintos de olvido.

Es lo que se viene pintando
como la esperanza que da un susurro,
el entusiasmo en los talones: un camino,
un amanecer que no pende de luces
o una leve certeza de naves en las pupilas.
Lo mismo que en su cintura se va empalideciendo,
y es culpa de lo que irrumpe como rayo,
como catarata de incertidumbres,
como hormiguero de sombras.

Entonces la metamorfosis del color:
el anhelo con los labios menos rubios,
el declive de los presagios, de las treguas;
y emerge el desconsuelo,
como árbol pálido al final del camino:
frutos de derrota y soledad.
Y así, todo relámpago amarillo,
toda sonrisa tendida,
ha de terminar en un quejido oscuro,
en una mirada entrecortada,
en tejados que añoran otros tiempos,
en un pasillo triste, y azul.

Interminable

Ojalá la noche se encogiera un poco para poder dejarla bajo una piedra o se pusiera alas para que deje ese andar de tronco, tan quieta.

Porque hoy, es como destejer el mar para lazar el sol y traerlo hasta la ventana que espera, sin esperanza, que pase una bandada de barcos rociando ánimos y palabras. Como engancharse del sueño y esperar que caiga sobre los párpados, como llovizna. Ojalá, una risa la espantara y la hiciera correr hasta el amanecer.

Naciente

Quizás, fue una ráfaga de sombras
que hizo de mis manos orugas
y de mis pasos un quejido silente,
o la caída de días sobre otros,
oscureciéndolos, y ya no amanece.

O podría ser, por asesinar relojes
que mis costillas son enredaderas,
por esconder calendarios
que mi voz se destiñe en las tardes;
y ahora, desgajo el cielo:
aire que viene como bandada doliente,
como respiro de nubes muertas;
y ahora, rasguño caminos
mientras grito a los precipicios de mis pies,
como derrumbando las noches, a borbotones.

Quizás, me cayó, como relámpago,
la certeza de la fatalidad:
volar con el cadáver que una mariposa dejó,
ponerme el andar apenado del tren,
la esperanza de la lluvia que calla,
tantos otros rumbos.
Pero la fatalidad no es camino,
es piel del cielo, es la savia del aire,
no es camino, es lo inevitable.

O podría ser,
que me adviene, este sabor,
a huesos sin arreglo,
a espantapájaros de sol,
a oleaje que se me desborda en la sangre,
y busco, sin encontrar, con mi destramado andar,
la naciente negriazul de este desvarío.

Pieza extraviada III

...como quitarse los ojos rotos,
y las luces que llueven penas,
como llenar de esperanzas las noches
o hacer de los brazos papalotes...

Almendra



Ven cometa azul,

las formas toman su contorno ideal
estar al lado de tu cola me hará bien.

Ven cometa azul,
me acoplo a ti para no perder la paz.
Los hombres con vuelos nocturnos te amarán.
L.A.S.
E.D.




Trampa

Fruncí los meses, tal labios
y los giré como trompos al aire,
entonces hice esferas con ellos:
malabarismos con sus ánimos
y es ese el jugueteo con los gestos del cielo,
con el canto de los árboles
y su andar en mi memoria.

Lanzarlos,
y un diciembre cae desde su aleteo
con sus puentes llenos de arañas,
con el dolor de la luz que oscurece,
con el paso ciego de la esperanza,
y el cadáver en la espalda, de sus otras vidas.

Y llegará setiembre en julio,
caerá en mis pies como sueño fatal,
y desvelará las ansias,
con estrellas muertas entre las manos,
con las costillas de versos fantasmas
y parques boquiabiertos a la noche.

Y llegará cualquier mes,
con peces escupiendo flores,
con la memoria como herida abierta.

Martes

Como removiendo los lugares que son siempre presagios de los ánimos venideros. Como haciéndole cosquillas a las derrotas y los desganos. Como jugando escondidas con las nubes y la muerte. Como despertándome del insomnio. Como rellenando abismos con aguas cósmicas. Así.

Algún lugar

Quien pudiera hacer llover girasoles mudos
o del aire una catarata de alas rotas;
quien, como flor que ahoga la desidia,
o amalgama las noches perdidas
para lanzarlas al tiempo de su ausencia.
Quien no existe, quien no ha sido.

Quien no sabe de mis manos calladas,
ni de mi boca derrumbándose,
porque se vierte en las grutas que no llegan a mis pies,
no como las soledades que acuden a mi andar:
relámpago que enluta días
o ceguera que espanta las venas de la noche;
inevitable: como la arena presa
y entonces las batallas de espuma en sus piernas;
fatal: como el camino que hace siglos no debí tomar,
como quien, roído, amarilloazulado, olvidó nacer:
dormido en un verso roto.

Apenas

De agujeros, se llenó el cielo,
cuando los errantes se descobijaban los ánimos,
cuando las paredes aún se secaban los húmedos cantos
cuando regresaba del entierro de las últimas lluvias:
los gatos le cerraban la boca a los túneles de olvido,
y arrancaba la desgracia que las flores llevaban por sombrero,
cuando apenas me llenaba los ojos de pinceles
y hería el cielo mientras un andén se quitaba el azul:
lanzando guiños a quien desterrara tristezas.

Cuando niñas dejaban de llorar por lo que aún no habían sido,
y la muerte de un setiembre se llenaba de medusas,
era entonces,
cuando un callejón secaba su memoria
y ponía sobre las espinas la dolencia de un pueblo,
las nacientes de quienes se gastaban al andar,
las tenazas con que los olores recuerdan
y los despojos de quien fui en otras lluvias.

Se desabotonaba los ojos, el cielo,
y se caía a pedazos de mar,
cuando apenas, dejaba de llover.

Noviembre

Cuando el estupor del aguacero, era la huida,
y le abría las venas al futuro
arrancándole las pestañas a los relojes,
en aquel abismo sin tormenta ni paz:
el cielo crujía sus piernas acuosas,
y los árboles mecían sus huesos fríos.

Cuando la noche era un lago de versos,
mientras los parques se me desmayaban en las manos
y los astros se despeinaban las alas.

Cuando los miércoles eran caos menos oscuros,
y los días se cosían con música.
Pero la asimetría en el andar:
y la huida se convierte en cueva,
tal como ausencia de milagro amarillo
tal como espectro que se vuelve diciembre
que aflige los párpados
y llora la tinta.

Sabor a novieciembre

Sería que quedó, en mi paladar, un grito de luz, de aquellos que iluminaban a parchones verdes los árboles, o quedó la humedad de caminar como navegando entre la gente. Sería que en un rincón de la boca, quedó un vendaval de los que volteaban las sombrillas y las risas, o una de aquellas tardausencias. Quizás nunca noté que se escondía, entre la savia bucal, un olor de lo que es sempiterno y que gusta de mezclarse con los aguaceros, tantos cuantos lleguen. O podría ser que con el mordisqueo de un dedo, me haya llevado a la lengua, algún gesto fugaz que calcina y malogra la mueca de risa. Quizás por una gotera de mi paraguas se coló un adoquín con memoria y por cuestiones de azar y desgracia, naufragó en cualquier ruta de mi boca. Podría ser que alguna tonada clavada en los tímpanos de mis dientes, me tiene con sabor a final, a fatalidad, a lo que sea, a novieciembre.

Faro o Vida de cualquier verso

Vengo a buscarte, hermano, porque traigo el poema,
que es traer el mundo a las espaldas
Jorge Debravo

Rendija entre la semilla luminosa y el murmullo de luto,
disparo a las dimensiones,
relámpago oscuro que surge de esta puerta,
noche que derriba muros y sacude tintas;
retrato de los ánimos,
las retinas, los fantasmas
las memorias, los cometas,
las esperas y todas nuestras muertes.

Es esa gota camaleónica: poema,
que es tomar al sol por la espalda
para llenarle las pestañas de gatos y estrellas;
que es colgarse del más catatónico optimismo,
o de la nube negra que riega los dientes de león,
como desterrarse de todo mundo
y arrancarse de los huesos, las piedras
que darán origen a un verbo.

Es ir a través de tiempos,
de tardes, de tonos,
de tanto, de todo;
y ser el animal que exija el andar:
tener madrugadas errantes de gato,
ahogarse en corales de olvido, como pez.

Morirse por lluvias enteras,
luego revivir en un surco de la memoria:
destruir con nostalgias
e impulsarse con el giro de un vendaval:
es presagiar tiempos,
presagiar búsquedas y esperas,
lo mismo que soplar a las venas del cielo
mientras se espera que el día mueva las costillas.

Es la mano como pivote de la percepción:
subir en la tinta y despojarse de todo cuerpo
y que nada más exista quien se extiende sobre papel
como lava volcánica que inunda ríos y besa piedras.

Es tomar un acordeón y bailar con los desatinos,
mientras salen las hormigas de la tierra: las letras,
es escurrir la lengua y ver salir bandadas de figuras,
de tinieblas, de elipses,
de olas zurcidas a los pies: de metáforas.

Es tratar de salvarse:
lanzarse a un precipicio de asíntotas que son las palabras,
y apegarse con patas de rana
a la lucidez borrosa que muerde la piel.

Convertir el mercurio en líneas,
y con él, nombrar:
verso que se aferra a una cumbre,
verso que sus pies yacen en una abismo,
verso que va dejando la tinta, la vida:
va cayendo;
es quien se disipa con su propio aleteo,
quien nace donde siempre ha nacido,
y muere, justamente aquí,
donde siempre finge estar muerto.

Soledad oceánica

Donde se versifican las lágrimas para dejarlas explotar en las olas. Este collage líquido de brechas y desiertos que con cada desdibujo de la luna se va poblando más, se va densificando más; más sal que no es otra cosa que recuerdos movedizos en el tiempo y que arden en los ojos y en las grietas. Y esos navíos que van zambullendo sus aletas en este mar de peces con memoria, del que emergen islas de tierra azul, islas que vienen siendo altruismos de la soledad, que antojan árboles, y luego como si se tratara de islas fantasmas, se esfuman con el derrumbe de un suspiro, y de nuevo el navío en el agua corporal del abandono, el mismo que le va escribiendo disoluciones de desvelo a un barco de papel, a este barco de papel que es mi cuerpo y que el agua va deshaciendo, va convirtiendo en espuma dolorida del mar.

Extremidad

Esta aleta que es alimento de comején azul y no sabe dar vuelos ni andares, que no sabe de contenerse los aguaceros que van empañando la retina. Esta aleta que es una carga infinita, tal como volcán exhalando vacíos pero que hace del esqueleto un manojo de palomillas. Es sentir que se lleva entre las manos una fosa marina de hastío y desgano, de saberse con la piel agujereada y ver que la vida se va cayendo de camino. Que hay un trueno que no deja de oscurecer los pasos; entonces, hoy quisiera levantarle los pies a la lluvia y encontrar las migajas de lo que nunca perdí.

Recuento

hay algo mal en mí
además de la
melancolía
Bukowski

Es que pasan los años, pero llega siempre ese mes que hace florecer las tormentas en los pies o llegan esos giros en la memoria que desgastan las tardes. Llegan siempre, los aguaceros que remueven ese sabor a futuro vencido, a días que transcurren con el caudal de un llanto. Y ya ves, el cielo no deja de llorar; entonces se nos reducen los caminos que nos salvan, los caminos en que deshojábamos tristezas y así las perdíamos de a poquito entre tarde y noche. Y es que hoy nos damos cuenta que ya son muchos los cielos húmedos que atravesamos con la nostalgia entre los dedos. Y pensar que podría ser siempre así, por puro presagio nuestro, quizás.

Fuga

De por medio no hay olvido, mucho menos partidas. Ocurre que hay desvíos de la vista y los pies mariposean de un eje a otro; sin dolencias, sin la cama vacía de las certezas, sin rasguños en la memoria o bien, sin goteras en la vida. Y no es que todas estas cosas se vayan en un globo de imposibles, es que se llega a una llanura anímica, que a fuerza de paraboloides atravesando ramas, dejan en un letargo las tantas cumbres y abismos que susurran el paraje de estos tiempos agrios. El punto de todo esto, es que el despertar de la llanura anímica se traduce en un fracaso interno que va dejando su sabor de esquina a esquina; y tan pesados se vuelven los pasos, que decido, mejor, curvear esta noche.

Tarde extraviada

Y todo juega a ser lo que no es,
con máscaras de sombra te hacen andar.
Julio Cortázar

Si supiera que hoy el cielo está como queriendo derrumbarse, de cuclillas y amenaza con caer sobre este jardín de colores saturados a fuerza de lluvia. Si le contara que aquella calle, hoy me hablaba de quien había sido, me contaba de sus tantas otras vidas, quizás setiembre. Si le hablara de la nostalgia de aquel tiempo cuando las luces se alzaban como cómplices sobre esta ciudad que hoy es azul.

Si supiera de este viento que me despeina la sonrisa, o de este parque que se extiende como medusa adormecida, con su diagonal que lo corta por la espalda, este parque con sus brazos como árboles acariciando las lejanías del cielo. O si supiera, de estos lagos anclados en los adoquines, con esa profundidad que asemeja la memoria, y en ellos hay tantas palabras ahogándose de sordera, de mudez; es que ya no hay como sacarlas y ponerlas a secar entre la lluvia de este mayo. O si yo pudiera hablarle de estas luces que parecieran transpirar otro tiempo. Es que hoy podría jurar que un ser amarilloazulado aparecerá entre un callejón y una luz. Pero de tanto enlazar lo que ha sido con lo que no tengo, el cielo ya se ha puesto pálido, tan pálido; que ya está negro.

Desconocerse

En ese entonces, te suponía como supongo al color que no ha sido, como supongo al insecto que se alimenta de versos que afloran de las pupilas. Te presagiaba, porque teníamos de por medio una bandada de pasos y miradas atascadas en una misma lluvia. Seguro que las mismas polillas que ahuecan las mismas certezas, que tan duramente asoman sus manitas en esta selva de grietas y dudas. Pero dimos con este aullido del tiempo que se ha visto plagado de momentos con pies de chispazo y por eso fue tan efímero todo lo que se arrancaba de los faros de la soledad, y que derrumbaban esta ciudad tan triste.

Y ese espacio con tintura de felicidad fue siendo tragado por lo mismo que hoy escupe con espanto el recuerdo del desdibujo de los pasos que ya no doy; con espanto, el desconocerse. Porque lo que nunca fui, se va con la nube que le da la catadura a los días. Va dejando una ausencia que se rellena con las caricias fantasmas que canturrean sobre estos días desérticos, este desierto de agua que no requiere de memoria para saber de nostalgia, ella ya está en esta cumbre abismal que llaman hoy.

Reiteración

Debe ser un vendaval que deja los besos en otras arcas, o les muda el sabor, vertiendo espanto en sus nacientes. Entonces, se rompen las comisuras de la risa que se quería tomar como barcaza; los tímpanos del azar se desgajan y cualquier grito se suspende del aire: malabarismo con desesperanzas.

Y hay quien acaricia las heridas con labios de navaja, quien tiene la piel volátil y la lluvia siempre se lleva sus pies, quien siente sus ojos remendados a las nubes y deja en el olvido que como simétrico dibujo, a su lado, hay quien alucina destellos en sonrisas mentidas, a quien se le carcome la vida y se sacude cadáveres de caricias. Hay siempre, un cuerpo que retoma los tejados y nutre sus melancolías con luces secuestradas; y quizás, otro cuerpo con tantas cuerdas como recuerdos existen.

A quien tiene tormentas

Ha de sentir el estómago como guarida de murciélagos grises, sus manos son las ramas sueltas que quedan después de la tormenta; la misma que hace de sus ojos un desierto de remolinos taciturnos. Ha de tener más de un cabo suelto, más de un beso que termina como lo hace la ausencia de las gotas: la lluvia que no canta su llegada, que no adviene con olor a lagos; más de un cabo suelto, como ese beso que trae en la cintura, en empujón. Más de una rotura en los párpados, más de un poema aferrado a sus pies, a fuerza de besos y empujones.

Ha de tener un parque que le cosquillea con cuchillos su memoria. ¡Si hablaran, esos árboles aletargados o estas aceras que son las mismas que tuvieron a quien ya no se es! Ha de tener una esperanza, un disparo de optimismo que el tiempo ha convertido en hiedra con sabor a fracaso.

Tormentas, que caen tan suaves pero llegando a las piernas se afilan la boca, y yace una dolencia más. Porque si no tuviera ni una llovizna, el no tenerla, le embarcaría las noches a un aguacero de vacíos.

Tregua con el tiempo

Tejamos una maraña de noches y días, para que no existan metamorfosis celestiales que hablen de tu andar. O podrías colgarte una sierra de hálitos para que tus pasos ya no sean de colibrí, para que tu baile no sea tan impostergable como el maullido del mar. Podrías dejarte adormecer con la bifurcación que hacen las luces, entre el pasado y lo demás.

Pero yo no puedo quitarme los veleros rotos que tengo en los brazos, yo no puedo arrancarme de los pies los vagones que se detienen en cada puerto de la nostalgia. Ni tragar el vértigo que vas dejando. Ya no intentaré más, amarrarme cometas a las piernas para ir a tu paso. En cambio, podría enseñarte un par de cosas: podría adormecerte con el bolero de las hojas, darte una palomilla que te lleve a la tardanza. Podría, tejer entre tus huesos, un poco de mi destiempo.

Ya

Tendrías estatuas soplando remolinos amarillos, ya tus ojos habrían dejado las prisas para tragar la luna, y ya guardarías recuerdos de más de una noche que no parece de muerte. Pero ese abrazo con las grietas: esa infiltración de dolencias.

Retina

A suspiros del tiempo, tengo la certeza de encontrar, en los ángulos de sus piernas: un rastro de ánimo. Un gesto desmayado en las planicies de una mesa. Y saber que sus ojos llevan un desfile de años, plagado de aromas descoloridos por el destiempo que yo le traigo entre las grietas de los labios. ¿Podría ser tan doliente como esos tejados que se beben las angustias del cielo? O quizás, podría sentirse como una noche con alas en los párpados; claridad que no ha sido.

No son rostros, las manos no están en las patas de una banca, ni podría decir que las tristezas de una silla están revueltas con las migajas que de su cuerpo van cayendo, no imagino que sus ojos tengan un diámetro tan mísero. Su cuerpo entero; es una boca torcida de tanto fruncirse para girar una palabra, un beso, un desanimo; es la mano temblorosa que no sabe donde anclar, son los ojos que se fugan. Su cuerpo entero; es la catadura de algún ser azul, es el intento de algún gesto petrificado en cualquier madera, en cualquier aleación.

Porqué

No es que hoy la piel se llene de pecas traslúcidas o lluvia,
no es que la brisa ondee las manos de lo que no tengo,
ni que el aire esté lleno de besos carcomidos,
no es que la ciudad me arrugue las nacientes de los ojos,
pero hoy el cielo tiene los colores marchitos
y las luces reman entre nostalgias.

No es que tenga espinas en el andar,
ni que un poema se arroje desde la luna
y caiga en mis hombros como el abrazo de una tormenta,
no es que hoy mi mirada se vaya con el vuelo del tren,
ni que los árboles hablen con voces lejanas.

No es que me huela a fatalidades o extravíos,
no es que ande tarareando lutos al viento,
pero hoy mi olor, es de quien fui.

Nebulosa extraviada

Hubiéramos podido anclar el tiempo, de haber sido meteoritos y sacar las manos para aferrarse al sol, a un infinito lunar, a un pájaro. Verter la huida en las aletas celestes para zambullirse en una nebulosa de susurros.

Que hubiéramos guardado las nostalgias en las venas de la tierra y para llorarse los pasos, acercarse a los volcanes que escupen cielos desteñidos de lluvia.

Que hubiéramos echado a andar todo lo que amarrado en las manos hace dejar la vista en los rumbos que como meteoritos trazaríamos, en esas selvas de nubes que se disfrazan con los ánimos del viento. Echarse a andar sobre los manglares del cielo.

Que hubiéramos robado el vuelo de las hojas y dejar caer un aguacero de torbellinos luminosos. Entonces, hacer de los hubieras una explosión estelar.

Si abril tuviera un abril

Y que sintiera lo que es recoger los pasos. Levantarlos ya humedecidos por los lagos que se desmayan de las nubes, ya añejos con ese olor de piel de sol, o ya sin ese tanto de huida con que se dejaron. Tanto de huida con que los dejé cuando también recogía alguna flor, y se la arrancaba a los brazos de la tierra, para luego devolverla con los pétalos roídos por mi desgano y mis ganas, roídos por las tardes y por las crestas de la noche.

Entonces, desearía no tener que volver con la cabeza dándole la espalda al cielo, a un cielo que parece querer explotar en calidez, o que se pone de parche una luna que los ojos no tragan. Pero aún así, pasar con el cuerpo indiferente a los callejones que resuelven noches, que regalan besos, que condenan nostalgias. Y al igual que yo, quisiera no tener que arrugarse las manos para en las hendijas guardar los pasos que recoge. Ojalá estas cosas sintiera abril. Ese mismo que se perfila como si lo fuera, pero es que se le carcomen los besos que tuvo y no tuvo, se le recuerdan los pájaros lejanos, se arranca los presagios, se le lloran las bocas, es que se le clausuran los ojos que convencen, los ojos que desvelan la vida, que vierten letras, que exprimen versos, y que sonríen tristes. Es que estos tiempos se desvisten de su nombre.

Si abril deshojara un mes que no quiere tener por venas canales de un cuerpo en ruinas, que no quiere deshojar cielos como si fueran esperas, que no quiere sentir los ojos mordidos por la lluvia y no sentir sus pies como rieles desterrados. Pero, a pesar de todo, se pasea como queriendo quedarse al borde del tiempo, con las manos en harapos de luz, y viene como ese viento que arrebata los hálitos que dejan las estrellas. Ojalá lo sintiera así, porque entonces diría; que se cambie de nombre, que se cambie de cielo, que se vista de julio, que se vista de lluvia, que recoja sus pasos y se vista de marzo.

Otro tiempo

Quizás, si no tuvieras los ojos llenos de acordeones que silban jueves. O si de los tejados furtivos que son tus labios, escaparan maremotos y nubes. Y si yo lanzara, como si de aviones se tratara, un susurro de un abismo a otro. Y si hoy sembrara un árbol cósmico y junto con sus frutos volaran las horas agrietadas. Quizás, si yo cosiera hélices a los pies; y entonces, remendar el tiempo con trozos de noche y flor.

A siete pasos de ayer

Fue cuando el mundo difuminaba sus luces en destellos voladores y el viento corría como si fuera compuesto de medusas amarillazuladas, de luciérnagas humedecidas; de lo que vuela como si fuera indoloro, de lo que se versifica de golpe, de la lluvia que moja cuando se evapora. También, se escondían tras los árboles, tal como niñas esperando asustar, las dolencias.

Naufragio

Quería anochecer el padecimiento de la cola de los días,
pero mis manos son enredaderas lluviosas
y el tacto es alacrán para los talones de la noche,
es que mis pies son pantanos de nostalgias
que me zurcen a un susurro amordazado
y los labios tienen garras que agrietan la certeza,
es que mis ojos habitan veredas desoladas
y mi boca apenas dice más que el silencio.

Yo quería desterrar tantos dolores,
pero la soledad yace en mis vísceras,
y por eso era el sinsabor de una tregua que anunciaba tormentas.

Quería arrojar las turbulencias al desierto
pero como vagón hacia caminos que no nacen,
como animal volador que no se despega de los tejados
o como cantos de pétalos sin flor;
así naufrago en el abatimiento.

Yo quería secar mis desganos,
pero hasta las nubes hieren,
y todos mis pasos son a tientas:
apenas un arañazo a la oscuridad.

Estas tardes

Porque hay rarezas que se comparten.
Abriles también.

Y colgábamos el tiempo de las hojas,

las que quedan del recuerdo de un resplandor,
las que ahondan en los ojos que se vierte el atardecer,
las hojas que se bordean la piel con hilos camaleónicos;
esas que guardan los llantos
y los llueven en tierras que tienen la boca abierta al cielo;
las que florecen de la cabeza de abril,
las que presagian un aire revuelto con árboles,
las que tiemblan como truenos en el mar.
Esas que cantan treguas inciertas,
esas que nacen nostálgicas,
y todas las que no han sido también.

Fraudulento

Como si cayera un alud de somníferos sobre los relojes
o se oxidaran las tenazas de las horas,
como olvidar que el tiempo se marca en el cielo
y se destila para no tragar el pausado andar de un mes,
es como si el concreto se hubiera llenado de aletas de girasol
y entonces,
el cielo es un remolino inmóvil de estaciones,
los segundos acarician con pelaje de gato,
el desvelo es sólo un brazo de lo infinito de las tardes
y la única prontitud es cuando los verbos hormiguean.

Pero como trampa a la memoria,
cae con el espanto de sus alas,
entonces ya hay huracanes en los nervios de la voz,
vagones sin auxilio que caen a la demora
y que duelen en los refugios de lo que no está,
hay flores muertas al borde de las ausencias,
palabras etéreas ya hechas murmullo de oruga.

Ya hay un relámpago apuñalando al presente,
a los párpados y la boca oscurecida;
entonces ya el tiempo pasó,
ya hiere a las noches
y despunta los versos.

Aviones de papel

Como la neblina que viste las caderas del aire,
la noche que se zambulle en la madrugada,
las alas que esparcen migajas de anhelos,
o los tarareos salados del mar,
o los besos,
la infiltración que se cicatriza en pares,
las hojas crujientes tendidas en las sábanas del sol,
o la simetría al flotar en laberintos de asfalto.

Como quienes aparecen, abandonan y olvidan:
las voces que callan al silencio de las horas dolientes,
el frío que arranca la calidez de las luces,
es el viento que abraza los remolinos de la voz
o algunos versos derramados en la lengua y los ojos.

No como las cosas que se quedan
y ahuecan los amaneceres del ánimo,
no como los espectros de la lluvia en las calles
que van arraigándose al tiempo y la memoria,
no como quienes rompen los arcoiris de las pupilas,
no como las cosas que se quedan,
no como la soledad.

Grieta de Abril

¿Y qué es la espera sino la angustia tendida sobre el tiempo, o la desesperanza posada como polilla en el futuro? Las esperas son deshoras lastimeras que se engordan. Y explotan.

Dolores cardinales

Hoy que los mares son sombras de paraísos heridos
y las fronteras son manos estáticas del tiempo,
que el aire no es otra cosa que distancias desveladas,
y los tejados son animales desarraigados de aromas,
entonces; vislumbro el mapa de mi dolencia.

Entre las escalas que mutilan mi risa,
veo cómo la ciudades son grutas en lo inhóspito de los labios
y las cuevas son poros de la tierra donde el sol hiberna,
cómo los ríos sedimentan la piel con fósiles nostálgicos
y las selvas son una maraña de luces atenuadas.

Hoy, que la brújula apunta a la ausencia
y su aguja resquebraja el diástole de la memoria,
hoy, que los navíos estrellan sus pies en un muro de destiempo,
que los árboles derriten el cielo para luego sollozarlo
y anclarlo a pedazos en la calle construida por la lluvia,
que los desiertos son el tendón de las madrugadas.

Hoy que el azar no tiene norte ni sur,
sólo una amalgama de tierras y destierros
que estrangula con suspiros a la noche,
ahora, que la soledad ahueca al tiempo
y que los versos cardinales
señalan el deshielo de los ojos.

Pieza no-extraviada

Y yo,
ya he visto mis manos tejer galaxias con hilos lastimeros,
son muchas las palabras oscilantes en mi lengua,
y ya me he convertido en selva de tiempos vencidos,
en risas que cantan el luto del eco que no tienen...

Relleno de un contorno

Encapotados con harapos de luz y oscuridad
están los tiempos y destiempos,
esa aleación de contornos que roe los ánimos,
y una sombra, sonaba como los peces que volaban sus ojos,
alguna se deshojaba como la demora de sus pies
o como sus días enlutados a fuerza de lluvias,
alguna evocaba los faroles que cargaban sus brazos
y otra, casi, se deslizaba como las cercas de su cuerpo.

O yo les delineaba la forma del ayer,
les pulía el paso del tiempo para naufragar en otros días,
para que se acercara con ritmo de luciérnaga,
para creerlo una nube intocable como el mercurio de sus pupilas
y saberlo acercándose como danza indecisa de las hojas;
para ir a los días con olor a noche sin tiempo,
para descobijarse de la soledad
y arañar el tiempo con las espinas de un beso,
para fundir en horizontes las agujas de los relojes,
para descolgar los murmullos del silencio
y engancharlos en las cuerdas de sus labios;
para ir a donde la luz corría a la velocidad de la brisa,
para no saberlo lejos
y lejos la certeza de mis tardanzas,
y el tacto de su olor cuando el cielo rugía,
lejos los recorridos que fluyen a su retina
y la lluvia que originó el exilio del tiempo;
para habitar los crepúsculos que enlazaban sus átomos
y no mirar más allá del suelo, ni de las paredes,
para no espantarse al descubrir el origen de las sombras
y entonces no encontrar los abismos de su rostro,
para no levantar la vista
y descubrir que la silueta que mentía besos,
era, tan sólo, el ceño de la fatalidad que había llegado.

♪ Grettel ♪ Carlos Varela ♪

Los lobos de Jim Morrinson vienen hacia aquí,
las cartas del Tarot solo me hablan de
y es que ya no hay razón para quedarse aquí
si en todas partes todo me conduce a ti.

Grettel
cuando no estás aquí,
todo se desvanece.
Grettel
si no estás en mí,
el día no amanece.

Esta ciudad se vuelve más difícil aún
más oscura, más sola
y es que nada es igual como cuando estás tú
por eso estoy ahora.

Grettel
cuando no estás aquí,
todo se desvanece.
Grettel
si no estás en mí,
el día no amanece.

Toda la lluvia un día puede caer,
como el dinero, como el poder,
pero tus veinte años ya lo saben muy bien
que ha pesar de este mundo yo no quiero perder.

Los lobos de Jim Morrinson vienen hacia aquí,
las cartas del Tarot solo me hablan de
y es que ya no hay razón para quedarse aquí
cuando todo, todo, todo, me conduce a .

Grettel
cuando no estás aquí,
todo se desvanece.
Grettel
Si no estás en mí,
el día no amanece.
al menos para mi
al menos para mi.

Un diecisiete

Entonces la noche se refugiaba entre asfaltos perpendiculares. Y entre noventa grados la lluvia era un éxodo de memorias, la gente volaba y el acero rodante eran rápidas tortugas que dejaban un hálito de luz en el viento. Ese mismo viento que era una confusión rítmica de techos, de susurros desconocidos, de verbos y del cosquilleo del agua en las luces. Y aquello era como despoblarse del tiempo, olvidar que el pasado entumece presentes y que el futuro condena días que quizás no lleguen; era el olor de la ausencia del tiempo y llenar ese infinito con esas cosas que no se sienten cuando llegan, como la lluvia que se va posando en la piel calladamente pero no deja de mojar. Y es que hay cosas que sacuden sólo cuando están lejos, y es que hay asfaltos perpendiculares que aunque no se derrumban, no existen más de una vez.

Ojalá presagio de Abril

Porque estos días van ahuecándose en los talones para dejar que se filtre algo así como un amarillo cálido, algo así como el olor del pasto en el pelo. Porque a veces hay que quitarse el imánmelancólico de las uñas, del andar y de la retina. Hay que dejar los ecos tormentosos que van dictando el temporal que se estrella en las hojas y que desde cualquier rincón de papel anda llamando a los voladores dolientes. Porque a veces hay que dejar ese inútil juego de adivinar pensamientos que termina en tortura cerebral y corazones huyendo por la espalda. Porque a veces hay que dejar los versos de obituario y hacer de la noche una niña que corretea para sentir la brisa y que por recoger flores amarillas pierde el tren; pero no le importa.

Otro lugar

Saberte en algún lugar del tiempo que encierran los telones de tu mirada, encallando tus pies en un cielo que das al sol por cama. Saberte cantando pasadizos donde tu boca se abandonará en cualquier textura, cualquier fatalidad. Saber tus manos huérfanas, mientras las mías te trazan con palabras que mas tarde serán la respiración de tu ausencia, un dibujo de letras mal hechas, tan intangibles que me llevan al abismo de esparcir muchas más.

Hoy

Ayer que todavía el día deambulaba con los guiños de la noche: las estrellas. Cuando la oscuridad no había caducado lo que insita a ladear la vida al lado contrario del desconsuelo, eso que hoy no sé nombrar. Ayer que los árboles no lagrimeaban lo que no está. Ese mínimo lapso en el que las manos escriben sin humedad y cuando aún el tiempo no hace titubear a la certeza.

Ayer cuando las flores no dejaban caer sus brazos como protesta por no tener algo que deshojar, por no tener un néctar llorado por la soledad vencida. Es tan pronto que comienzan a doler los cometas en los ojos, lo que espanta a los demonios que vierten el desamparo en el limite de la piel, lo que fumiga a los insectos que provocan las lágrimas para luego beberlas, ya sentidas, ya dolidas. Ayer, efímeros intervalos que se arrancan de los hombros las esperas: un beso, un poema...

Tiempo en el bolsillo

Mis párpados no serán relojes de arena de tus deshoras,
no voy a robar monedas para viajar al malabarismo del viento,
tampoco amontonar los rayos de sol que llora la ventana que no tengo,
ni voy a esperarte,
porque yo no quiero anclar mis ansias en los dientes del cielo,
y deshojar tus tropiezos.

No quiero eso de aplazar versos,
por si las nubes y los corales llegan a ser lo mismo,
por si los fracasos vuelan como la brisa,
o por si los susurros se descongelan y rozan tejados.
Eso de ahorrar besos por si naufragas cerca de mi desvelo
o engañar tardes para luego ahuyentar la noche.

Yo no quiero eso de ser un andén,
pero hoy, voy a amontonar incertidumbres
mientras deshojo tus silencios.

No dejamos

No nos dejamos una carta que convulsione despedidas
o que atente a que las palabras se vuelvan llorosas,
ni dedos que agiten al viento como anuncio de lejanía,
ni sonrisas caídas, ni un aroma al final de un susurro.

No veo tus ojos maullando un hasta luego
y entonces me duelen las esquinas que acariciabas,
lo que germinaba de aquel andar,
las mentiras que nos sonreíamos.
Es que te vas en silencio,
sin gemir la dolencia de una luz,
ni una huella más en los recuerdos,
ni regalar una mirada al sol muerto,
sin un llanto simétrico,
sin tan siquiera, arrugar la voz.

Ya no despojaremos al tiempo un paso más,
para luego florecer dolores,
no tocaremos un callejón,
ni las canciones que nos zurcían.


No nos dejamos un gesto que murmulla soledades
ni un beso que silbe un final,
no nos dejamos despedidas ni ausencias:
sólo recuerdos anclados en la vida.

Huida

Ya me va doliendo en la espalda. Este nudo de asperezas y caricias anda quedándose atrás, como disimulando el abandono, como insinuando una despedida. Este híbrido de pasados y futuros que llaman corazón.

Ya voy sintiendo como se queda atrás y sigue apenas por inercia. Peor que mi cuerpo llevado a veces por el tiempo y otras por la brisa.

Va caminando más lento, como queriendo salirse por la espalda, esperando que yo lo olvide al andar. Quiere quedarse en la cama sin las horas que pasan como rasguños de la soledad, quiere quedarse entre las hojas donde las tardes no dejan caer las lágrimas ni en la boca ni en el silencio, quiere dejar de andar con este cuerpo que tiene menos ganas que el desgano. Sujetarse de cualquier noche y no partir a una mañana adolorida por el sol. Tiene ganas de quedarse contra una pared o contra el tiempo, sollozar hasta que lo silencie el sueño o el cansancio. O un susurro. Pero hoy se va saliendo por mi espalda, se va quedando atrás.

Anoche

Esto de alimentarse de versos llorados, de cantos tan húmedos que hasta se evaporan con el frío de la luna. De esperar trenes para colgarse de un recuerdo con aroma a dolencia y luego arrastrarse con todo y tristezas hasta lo que yo quisiera que fuera un andén.

Esto de los besos tan besos, que duran lo que duran. Tangibles como el aire, como atrapar una mirada con un nido de noche. Esto de pedirle compañía a la soledad. De que cierta calle con gesto de callejón duela de vez en cuando, apenas como una astilla en el dedo.

Esto de saber que todo pasó ayer, y aún no ha pasado nada. Esto de sentir un futuro no en blanco, sino hueco.

Ventanas II

Debí de haberlo hecho.
Ya no hace falta pensar que la frecuencia de sus pasos se debe a un patrón matemático que se va colando entre asfalto y llantas, tampoco tan fatal como recordar apenas unas horas turbias, seguro llorosas y saber que se van como una brisa de nunca más.

Lo fatal llegó con una repetición, que lejos de ser patrón, es una necedad increíble del nunca más paseándose amenazante entre la tarde y la noche. Repetición, yo que la creía imposible y ahora, la sorpresa ha quedado en harapos y cada vez se parece más a la rutina que también me susurra un si lo hubiera hecho...

Y entre tanto arrepentimiento de quedarse inmóvil con las palabras en la punta de los dedos, y entre nada que es todo lo que ha pasado; hay un sueño como inspirando algo no tan desalentador. Sueño con las gradas de la iglesia de siempre, con una camisa de cuadros, con una libreta y con una voz que me decía: ¿Te acordás que yo escribía? Te estaba preguntando y vos no te diste cuenta. Peor aún, porque si eso fuera cierto, yo debí de haberlo hecho. Si hubiera dejado una borona de papel con una insinuación de palabra...

♪ Necesito ♪

Sui Generis

Necesito alguien

que me emparche un poco
y que limpie mi cabeza
que cocine guisos de madre
postres de abuela y torres de caramelo

Que ponga tachuelas en mis zapatos
para que me acuerde que voy caminando
y que cuelgue mi mente de una soga
hasta que se seque de problemas
y me lleve...

Y que esté en mi cama
viernes y domingo
para estar en su alma todos los demás
días de mi vida

Y que me quiera cuando estoy
cuando me voy, cuando me fui
y que sepa servir el té, besarme después
y echar a reír

Y que conozca las palabras
que jamás le voy a decir
y que no le importe mi ropa
si total me voy a desvestir...
para amarla

Necesito alguien
que me emparche un poco
y que limpie mi cabeza
que cocine guisos de madre
postres de abuela y torres de caramelo

Si conocen alguien así,
yo se los pido
que me avisen porque es así totalmente
quien necesito...

Quizás en Setiembre

Y ahora mi vida y mi destino
no son más que un callejón sin luz.
Carlos Varela


Miércoles que comienza a saber a medianoche, miércoles que sorprende a un jueves con sollozo de tren. Era un tiempo con rostro de presagio y manos de recuerdos, por eso escribía desconsuelos. Y quizás era setiembre porque las ciudades se abrazaban con las carreteras y los buses hormigueaban las noches y el agua. Recuerdos que llegan con un dolor casi fraternal: el callejón descubierto por un poema, las ilusiones y fracasos que pululaban en una espera o una canción que salpicaba costuras y distancias. Setiembre con algo de dulce, apenas para sentir más el amargo en el que se diluían las tardes.

Y después los labios en un bolsillo, también un agujero. De leer arrugas, de desplomar las manos en una acera cuando dolían las horas y de noches que renunciaban a la madrugada. No era setiembre, ni hoy, ni ayer; era martes. Profanar lugares y algún verso.

De un día a otro, si la semana tuviera pasos de cangrejo.

Pieza extraviada II

...ya espantaste palomas cuando huías de tu susurro azul,
cobijaste eneros con una batalla de esperas
y ya han sido muchos tus ruegos a labios cósmicos. Ya...

Ventanas

Las agendas no me gustan. Pero luego sacó una libreta y una pluma; y mis letras que ya seguían el ritmo de los huecos de la calle, se amordazaron y ya no sé qué quisieron decir; sin sentido y mal hechas. Era inevitable espiar lo que haría con su pluma, y yo que no sé disimular y además no me esfuerzo.

Cuadrados, rectángulos. Ventanas. Y yo seguía con mi cuaderno en la mano, con el lapicero en la otra. En su libreta se estrella un ¿Qué pasa? y tanta gente. Ideas anclándose entre asientos verdes, miradas que se quedan pegadas en la suciedad de los vidrios; tantas, tantos. Y las seis ventanas. Pero ahí mismo quedé, en todos los sentidos.

Yo, con un cuaderno y un lapicero en las manos. Con ganas de escribir algo, arrancar la hoja, dejarla ahí, tomar el bolso y salir. Morirme de la risa mientras bajaba las gradas del bus.

Renuncias

A la humedad tropical en los ojos,
a los ritos del abandono en las manos,
a los insectos que se alimentan de las nostalgias,
a los besos y despedidas que huelen a vela mal apagada,
a los navíos que se estrellan en la comisura de un día y otro,
a los bosques que no dejan de llorar en cataratas,
a los rugidos que rompen la ceguera de las manos,
a los pelícanos que pescan risas y promesas
y a las huidas con la vida enferma.

Mar

El peor sonido para despertar en la playa, es el de las gotas brincando en el techo. Con la esperanza de que se tratara de una heterogénea mezcla de polvo y viento, corrí a la ventana y ya no me importaba si llovía o no; porque el sol gruñía susurros morados y amarillos, mientras el cielo se derramaba en textura de crayón. Además, como si se tratara de las huellas nacaradas que deja la huida de las olas, así iban apareciendo personas que luego se ordenarían en filas para esperar a que llegaran los policías. Sí, pobres, recién nacidos del mar y ya los policías cerca. Las líneas aumentaban con la rapidez de un trazo, como si cada metro cuadrado se convirtiera en una persona; desgracia. Pero mayor desgracia que del sol cayeran cajas que al reventarse contra la orilla del mar, dejaban escapar más personas y más policías para unirse a las filas.

Que sigan. Yo espero una balsa en un camino de agua. Colores saturados.

Espero que al llegar a la orilla, los policías no me digan nada, ni que la fila de personas me consuma, ni que se acabe el mar. Y que al final de la playa, junto a las rocas, no haya nadie.

Pieza extraviada

...porque yo me suspendía de nubes rotas
y tus andanzas eran del encanto a las flores muertas,
luego derribábamos fronteras con tiroteos de palabras
y bebíamos las calles de un trago amarillo....

Gotera

Mi techo fue herido por un meteorito azul,
tras él, viene una lluvia de tristezas
y las gotas explotan como versos urgentes:
luces fragmentadas por sobros de recuerdos,
trenes circulares hacia la melancolía,
manos afónicas de tanto dolerse
y abriles pálidos de tanto sufrir su propia ausencia.

Mi casa es un carnaval despojado de risas,
entre una silla y otra
pasan pájaros llorosos que dejan caer sus lamentos:
desesperanzas como pólvora en el cielo
y flores que germinan de vientos marchitos.

Caen y caen, sujetos de una migaja de agua,
los girasoles desmayados,
los abriles ya cadavéricos.

Noventa y algo

Pasábamos tardes escribiendo cartas: frases aterradoras y dibujos de las criaturas que imaginábamos infernales, con copitas de agua tratábamos de llegar a la lucidez para saber el mejor punto de lanzamiento de las cartas de miedo, así el vecino no podría explicar el origen de aquel aviso de muerte o al menos el preámbulo del miedo nocturno. Así que escalábamos los escasos metros del muro que separaba las casas y desde allí dejábamos caer los papeles, con unas salpicaduras de rojo que un niño torpe vería como sangre. Pero al día siguiente, el niño se reía de su madre que creía los mensajes de otros mundos, y de nosotras también, entonces nos íbamos desilusionadas a preparar una pócima con hojas, semillas y flores; con la esperanza de encontrar secretos entre ramas.

Hálito

Humedecen al desconsuelo,
con un saludo que es también un adiós,
dibujan alas con susurros azules
y luego al encallar, duele como desteñir la noche.

Animales clandestinos
o fragmentos del amanecer,
que vuelan a las azoteas
para luego lanzarse a la desmemoria
y en el vano esfuerzo,
quedar colgados del tendido eléctrico:
dúctiles nidos de recuerdos desterrados.

Sin líneas

Convergen, sin dejar espacio a una grieta por la que se pueda trazar una línea. Como un agujero negro que se lleva todo a su boca, o como una soga resumida en nudo. Veo los extremos de un intervalo en un mismo chispazo, en una ola de viento que sólo eso fue, en un cuadro pasajero que imaginaron los ojos. Siempre un único paso que va murmurando un gesto con sabor a nube, con sabor a inicios varados en algún pozo de irresueltos, o fracasos.

Un punto con el peso de una línea, un punto muy denso anímicamente.

Dolientes

Pueblo lloroso,
que nació en un arrebato de azul,
de una lágrima condensada.

En sus calles empedradas en desvelos
sus muchachos se derraman,
incansables como la soledad,
con camisas de recuerdos
y papeles salpicados con gritos.

Un espectro de mujer los toma de la mano
y si ella aparece es sólo una sombra rebelde
que se escurre del bolso del olvido,
donde yacen futuros,
despertares añejos
y donde no cabe el ayer,
ni cabe un adiós.

Rayas en su espalda

Eso siempre me había dado miedo. Yo trataba de que no me vieran para poder observarlas. Porque lo peor sería que al darse cuenta que mis pies se acercaban o que mi mirada les estaba hiriendo las líneas de su espalda, se lanzarán contra mi cuerpo y ellas fueran trepando por mis brazos o piernas, o peor aún: por mi cuello o mi cara, donde las podría sentir pero no ver. Sería terrible que de pronto esas patitas se adhirieran a mi piel en un delicado golpe. Y sucedió.

Pero es hasta hoy cuando me doy cuenta que el golpe de esa criatura fue una venganza. Yo no la miraba, yo no sabía de ella. Apareció justamente para golpear mi pie y luego correr, volar o saltar, no sé. Pero, ¿cómo explicar que una cucaracha se traslade kilómetros para amenazarme? ¿Por qué no esperó unos días a que yo regresara a ese lugar donde la había conocido? Lógico, no es la misma, entonces descubrí que ellas –todas, la población completa, esa cantidad increíble- poseen una única mente. Es así como una cucaracha turrialbeña me amenazó de muerte porque yo había asustado a una cucaracha de quien sabe dónde. La cucaracha turrialbeña disfrutó verme alterada con su golpe, e inmediatamente todas las del mundo se reían de lo sucedido. Tienen una única mente.

Sólo al darme cuenta de eso pude dejar de lado el episodio del golpe y comencé a pensar en ellas. ¿Cómo una cucaracha puede vivir escuchando los pensamientos de millones de cucarachas? Entonces, ¿Una cucaracha que se escurre entre las puertas de un baño puede estar leyendo a Sartre y al mismo tiempo encontrar la solución a alguna integral indefinida? Me pregunto cómo una cucaracha puede elegir entre reírse por los gritos de alguien al verla o llorar porque su amiga esta siendo aplastada con un zapato? Pero sobretodo, trato de imaginar la fuerza que tenía aquella cucaracha turrialbeña para silenciar lo que decían todas las otras que yo había conocido. Seguro le decían que no saltara, que era una idea disparatada pensar que podría sobrevivir a un salto así y además asustarme. Esa cucaracha debió de andar entre un libro de Girondo: Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

¡Esa cucaracha es una heroína! Ahora, de las rayas de su espalada mis ojos nunca más se van a dejar fascinar.