Tórax


La tristeza vendrá sin espasmos
pero con el precipicio y la boca caída
que se recuerdan algunas muertes.

Pensaré en los hijos que tendrás
con mujeres de cara borrosa,
mientras yo practico escapismo mortal
con hombres que tengan tu ceguera.

Sentiré una contracción en el futuro
y pediré perdón por mi cobardía
cada vez que maúllen los barcos.
Mi respiración tendrá éste ritmo de fantasma
mientras nos quede la esperanza y la rabia.

Hablemos de Agosto

 Seré bicicleta fúnebre que reparte peces al desierto,
 plantaré momias en tu cabeza
 y araré tus males.

 Me bastará tu piel de comején
 para saber que mis versos son arcilla
 pero no disparo ni papalote en tus tendones.

 Tus dedos estarán llenos de mi insomnio
 y dejaremos de creer en esperas
 igual de tristes que pájaros en mis hombros.

 El tiempo botará el sombrero y la flor,
 tu voz será eco de nuestro vicio por el caos
 y seremos la muñeca muerta que temimos ser.

Al sur de Asia

Ya no pensaré en que tenemos cables rotos
ni en hacer brujerías para mordisquear tu memoria,
porque ya no habrá grito ni susurro que valga:
todo estará trazado.

Llegarán noches para darnos cuenta que lo verdadero
no fueron aulas, señales,
carreteras azules,
ni besos distanciados.
Sino tu voz que sostuvo la madrugada,
la música que hizo guirnaldas de planetas,
tus ojos que apuntaron a Neptuno,
mi cabello con aviones-poemas que no despegaron.

Llegará el tiempo de pensar en lo que aún nos duele
y nos llena la boca de caracoles,
lo que la humedad resolvió porque nosotros fuimos estáticos.

Llegará el tiempo de pensar en los pueblos que abandonamos,
en si supimos rasgar las distancias.
Estaremos en Camboya o pensaremos en ella
y en los días que la vida era reparable.
Pensaremos en éstas noches.

Infi-edro

Soy helicóptero que derrite el tiempo,
fabricante de musgo cuando me encarcelo en lluvia.
Siembro brazos y luego me quito la piel
porque no quiero tocar ni que me toquen.

No soy cubo ni octaedro: todos los días me crecen lados.

Camino a paso triste con un pueblo en las manos
y luego disparo luces desde ventanas cósmicas.
Me gusta la geometría que tiene la nostalgia
pero también devorar baldes de pintura
y trepar al vértigo porque mi ruta es partir.

Soy un poliedro: llevo mucha gente dentro.
Cuando estemos muertos pensaré en la cobardía,
en los barcos que no construí,
pensaré que hay distancias más tristes que las carreteras
y que los puentes de nubes fueron nuestra peor mentira.

Cuando estemos muertos pensaré que siempre lo supe:
que cualquier cosa llegaría antes, mucho antes,
de que fuéramos valientes, de que fuéramos descomunales.

Cuando estemos muertos sabré que ya es tarde,
que el error no estaba en ser nostálgicos o fatalistas,
sino en haberle creído todas las mentiras al futuro que no llegó.

Detrás

Una de estas calles parió la nostalgia.

De la maceta






Ayer tuvimos un papalote-flor,
apareció sin darnos cuenta ni sembrarlo.
Lo regamos con medusas
porque los papalotes comen animales así de tristes
y yo no conozco flores que no sean carnívoras.

Si lo hubiéramos plantado en un vagón
habría huido cuando la tierra se inundó,
y cuando los edificios cayeron
se habría ido con los trenes migratorios.

Pero el tiempo nos embistió,
nos cayó como avión herido en pleno vuelo
peor que aguacero de herrumbre.
El papalote-flor no cruzó las nubes,
no fue pájaro cósmico ni siquiera llegó a la torre,
no dejó jardín en ojos ni tejados,
se murió junto con toda la ciudad.

Ayer tuvimos un papalote-flor
pero el tiempo es ave hambrienta
y nunca hicimos espantapájaros para la fatalidad.

Piezas Nagarianas

I
Habrás de saber que a Nagaraí llegan muchachos en paracaídas hojístico, y muchachos-velero. Los muchachos hojísticos no vienen de árboles luminosos porque al caer en la tierra aplastan flores y caracoles, entonces es insoportable verlos con la risa boba de quien no sabe que lleva trozos de algo muerto en las botas.

Los muchachos-velero usan su piel para recorrer mares. Y fue a una deshora cuando vi un espejismo de estrella, un remolino de cantos. Fue a una deshora que mis manos se llenaron de constelaciones, entonces me di cuenta que un enjambre de luciérnagas dulces estaban sobrevolando el tiempo y a un muchacho-velero. ¿Recordás?

II
Vos estás, quizás del otro lado de Nagaraí o en otra isla. Pero de algún lugar me envías aviones de papel con desganos y sonrisas escritas con tinta de luna. A veces yo estoy surcando la oscuridad y un avión se clava en mi cabello, entonces nos volvemos domadores de animales nocturnos. Otras veces no tengo papel y te hago aviones con una membrana de poemas, pero esos susurros suelen quedarse prendidos de los faros y pocas veces aterrizan en tus ojos.

III
¿Te acordarías del día que te vi lleno de arrecifes y de caballos que se reían del tiempo? Creo que por esos días te había cosechado una mariposa para que te anclaras a su vuelo pero no querías esas caídas que aplastan flores y caracoles, así supe que hojístico no eras. Entonces pensé en construirte un puerto y así podríamos beber la luna a tragos, podríamos cazar universos o abrir manzanas que al morderlas nos llenen la boca de cohetes y risas. O podrías ayudarme a inventar palabras, porque ya ves, yo no sé cómo decirte que los puertos se vuelven tristes cuando los veleros son un fantasma, que los puertos no son para sentarse junto al mar y deshojar las horas.
-¿Has escrito algo?
-Un poco.
-¿Es bueno?
-Nunca se sabe hasta dieciocho días más tarde.

C. Bukowski

Puentes

Un día verás tus pies florecer
y la carretera se llenará de corales,
entonces seremos mar
y me verás como un pez que vuela en tu voz
o como un barco con rastro amarillo.

Seremos un puente
y bastará nuestra piel de madera y luz;
de nuestros brazos dejaremos ir los abismos
y tus ojos serán paracaidistas en mis versos.

Un día se caerá todo menos la esperanza,
un día se caerán las alas y lloverán pájaros
pero seguiré viéndote en el fondo de los cristales
y tu murmullo seguirá entre los faros,
así como un fantasma que toca mi hombro cuando respirar duele.

Un día no habrá más ruta que los tejados,
que la de tus dedos dibujando árboles,
se caerán las grietas oscuras
y seremos inmensos como el viento.

Son

Él se sacará un ojo para darme un arcoíris,
se me caerá del bolsillo y teñirá las gradas,
pero él hablará de confeti mientras saca su otro ojo
y lo pondrá en mis manos, aún mirando mi boca.

Él, tan héroe, jardinero de las aguas, será capaz de plantar guirnaldas en mi frente,

de volverse astrónomo de los cielos que yo desdibujo,
de arrancar flores de sus huesos mientras nuestros pies se llenan de galaxias rotas,
de encontrar pájaros y nebulosas de miel.

Pero pronto se cansará de cazar mariposas

y lanzará el tiempo a mis pestañas para marchitarlas,
rasguñará mi diástole mientras piensa en sus gatos;
entonces colgará cuchillos de las nubes
y se irá porque ya no le gusta la noche.
Yo caminaré mientras la oscuridad se estira,
mientras se desmayan las nubes.
Yo caminaré mientras busco un mapa
o un tren para encontrar mi puerta,
mientras llueven los cuchillos y recuerdo el paraguas que le regalé.

Un poema para Luisa

Luisa no tuvo tierra para sembrar girasoles,
nubes, muchachos ni tomates.
Pero tuvo lluvia que arara sus costillas,
tuvo viento que le cosechara los ánimos
y un espejo que le mostró sus ojosjardín:
días que caen desde ramas ya carcomidas,
las telarañas en las fuentes,
el árbol con carne azul y lluviosa.

Luisa con un árbol triste en las pupilas,
con ramas sobrevolando su rostro,
con roída savia en sus venas,
con el árbol fatal e inevitable en sus ojos.

Luisa con su espalda sobre el tronco,
pensando en carreteras y relojes de arena,
en Ernesto que no tuvo boca tornasol,
que no encontró túneles ni luciérnagas,
ni ciudad como enredadera de encanto y temor,
en Ernesto que bebió los pétalos de un trago
y sus labios se volvieron amarillos
como flores o soles.
En Ernesto que no supo de nostalgias,
ni de constelaciones en las calles,
pero supo ver tres lunas en la misma vereda
y sus ojos fueron relámpago,
fueron danza de aguas selváticas,
fueron nebulosas verdes,
en Ernesto que supo hacer barrotes con la lluvia
y así retenerla en su boca.

Pero llegó esa hora en la que el jardín levanta sus alas,
esa hora en la que el árbol deja caer sus frutos azules
y son aves oscuras volando de los ojos a la boca de Luisa,
los parques brillan como si acabara de llover
entonces Ernesto se pierde a los pies de la madrugada
y Luisa no llena su estómago de estrellas y mariposas,
sino de la carne lluviosa que el árbol deja caer en su boca.

Trampa

Se te cayó una canción de la garganta
y yo arrullé la lluvia que se tejía en tu rostro.
Entonces pensé que la noche estaría en un cohete,
que mis costillas sostenían mariposas y estrellas,
que tenía lunas en la punta de los dedos,
que el tiempo venidero tendría ruta de carnaval.
Pensé que tendría dibujos en mi almohada,
que mi sangre sería un caballo palpitando en los techos,
que los parques estarían sobre mis espejos,
que entenderías el lenguaje de los trenes y las luces.
Pensé que el silencio sería un fantasma tras la ventana,
pero ya ves, es su mano la que escribe.

Ahora

Encerré un camaleón en un espejo y quise dártelo para que inventaras soles y cielos, pero te vi beber la luna y sus sirenas. Entonces mis ojos se volvieron pálidos y el camaleón hizo un mar en el espejo que una vez le di; así que fui al puerto de la desgracia y lancé tu boca y el neón, lancé las ventanas que tejieron tu voz, las luces que sostenían las calles, lancé las nostalgias y tu boca y el neón. Lancé todas las rocas azules y el camaleón las mordió en sus nacientes del color; entonces mis penas se volvieron luminosos meteoritos y rocas encendidas. El espejo, el camaleón y mis antiguas penas treparon al cielo en una trenza nocturna y el camaleón nadó por los aires hasta darme un caleidoscópico cielo. A veces recuerdo la luna bajando por tu garganta y sus sirenas escalando tus labios; pero giro mi cielo y la oscuridad se vuelve un infinito poliedro.