Son

Él se sacará un ojo para darme un arcoíris,
se me caerá del bolsillo y teñirá las gradas,
pero él hablará de confeti mientras saca su otro ojo
y lo pondrá en mis manos, aún mirando mi boca.

Él, tan héroe, jardinero de las aguas, será capaz de plantar guirnaldas en mi frente,

de volverse astrónomo de los cielos que yo desdibujo,
de arrancar flores de sus huesos mientras nuestros pies se llenan de galaxias rotas,
de encontrar pájaros y nebulosas de miel.

Pero pronto se cansará de cazar mariposas

y lanzará el tiempo a mis pestañas para marchitarlas,
rasguñará mi diástole mientras piensa en sus gatos;
entonces colgará cuchillos de las nubes
y se irá porque ya no le gusta la noche.
Yo caminaré mientras la oscuridad se estira,
mientras se desmayan las nubes.
Yo caminaré mientras busco un mapa
o un tren para encontrar mi puerta,
mientras llueven los cuchillos y recuerdo el paraguas que le regalé.

Un poema para Luisa

Luisa no tuvo tierra para sembrar girasoles,
nubes, muchachos ni tomates.
Pero tuvo lluvia que arara sus costillas,
tuvo viento que le cosechara los ánimos
y un espejo que le mostró sus ojosjardín:
días que caen desde ramas ya carcomidas,
las telarañas en las fuentes,
el árbol con carne azul y lluviosa.

Luisa con un árbol triste en las pupilas,
con ramas sobrevolando su rostro,
con roída savia en sus venas,
con el árbol fatal e inevitable en sus ojos.

Luisa con su espalda sobre el tronco,
pensando en carreteras y relojes de arena,
en Ernesto que no tuvo boca tornasol,
que no encontró túneles ni luciérnagas,
ni ciudad como enredadera de encanto y temor,
en Ernesto que bebió los pétalos de un trago
y sus labios se volvieron amarillos
como flores o soles.
En Ernesto que no supo de nostalgias,
ni de constelaciones en las calles,
pero supo ver tres lunas en la misma vereda
y sus ojos fueron relámpago,
fueron danza de aguas selváticas,
fueron nebulosas verdes,
en Ernesto que supo hacer barrotes con la lluvia
y así retenerla en su boca.

Pero llegó esa hora en la que el jardín levanta sus alas,
esa hora en la que el árbol deja caer sus frutos azules
y son aves oscuras volando de los ojos a la boca de Luisa,
los parques brillan como si acabara de llover
entonces Ernesto se pierde a los pies de la madrugada
y Luisa no llena su estómago de estrellas y mariposas,
sino de la carne lluviosa que el árbol deja caer en su boca.