Veintidós

Tengo una derrota hundida en las manos
y no puedo darle nombre ni enmarcarla;
porque ella inunda el aire, me atraviesa el corazón,
también la noche, también la angustia;
porque va descarriando la sonrisa,
ahuyentando los ojos hasta volverlos extraños.

Tengo una derrota que es tantas a la vez,
que es como poliedro, o camaleón;
nunca mariposa errante ni de humo,
ni el cometa extraviado que yo quisiera.
También, tengo un desvelo que a mis tobillos la ata,
un poema que la hace hermana del desconsuelo,
y el delirio de un amanecer sin la negrura en el sol.

Sin desvío

Eras ave con pretérito plumaje,
eras un nombre y un fantasma,
eras el pueblo enardecido de lluvia
y nubes de soledad entre mis tardes;
podrías ser el eco de la tristeza,
la canción con manos de miel,
o el sillón que deja la angustia,
pero somos navíos que apenas si cruzan sus horizontes.

Arañas

Arranqué arañas de mi cabello,
cuando la tarde me daba un aire envilecido,
cuando la palidez era el bastón de la nada.

Habría sido mejor desprenderte de las hojas,
de la ventana roída por la neblina,
o desenredar distancias y tiempos.
Habría sido mejor tropezar con tus manos,
con el infinito tras tu voz.
Habría sido mejor arrancarte de mi cabello,
y que fueran arañas las que se posen en la ausencia.

Habría sido mejor encontrarte tras una puerta,
y que fuera otro el poema que se cae de mi boca.

Yo quisiera decirle

Vamos. Ponga en un bodoquito de papel todas las desesperaciones y soledades que le azulean las manos, todos sus poemas taciturnos y las lluvias. Yo le puedo dar mis derrotas. Luego podríamos hacer esferas con los fríos y los llantos, ponerles alas para dejarlas ir desde el sombrero de un árbol, y cuando quieran volver sobre nuestros brazos entonces les dispararemos con juegos de risas y versos. Vamos. Creo que usted también se preocuparía por sus tristezas, pero ellas no morirán, sólo serán estrellas llorosas en otro cielo.