Y ahora mi vida y mi destino
no son más que un callejón sin luz.
Carlos Varela
no son más que un callejón sin luz.
Carlos Varela
Miércoles que comienza a saber a medianoche, miércoles que sorprende a un jueves con sollozo de tren. Era un tiempo con rostro de presagio y manos de recuerdos, por eso escribía desconsuelos. Y quizás era setiembre porque las ciudades se abrazaban con las carreteras y los buses hormigueaban las noches y el agua. Recuerdos que llegan con un dolor casi fraternal: el callejón descubierto por un poema, las ilusiones y fracasos que pululaban en una espera o una canción que salpicaba costuras y distancias. Setiembre con algo de dulce, apenas para sentir más el amargo en el que se diluían las tardes.
Y después los labios en un bolsillo, también un agujero. De leer arrugas, de desplomar las manos en una acera cuando dolían las horas y de noches que renunciaban a la madrugada. No era setiembre, ni hoy, ni ayer; era martes. Profanar lugares y algún verso.
De un día a otro, si la semana tuviera pasos de cangrejo.
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