Si abril tuviera un abril

Y que sintiera lo que es recoger los pasos. Levantarlos ya humedecidos por los lagos que se desmayan de las nubes, ya añejos con ese olor de piel de sol, o ya sin ese tanto de huida con que se dejaron. Tanto de huida con que los dejé cuando también recogía alguna flor, y se la arrancaba a los brazos de la tierra, para luego devolverla con los pétalos roídos por mi desgano y mis ganas, roídos por las tardes y por las crestas de la noche.

Entonces, desearía no tener que volver con la cabeza dándole la espalda al cielo, a un cielo que parece querer explotar en calidez, o que se pone de parche una luna que los ojos no tragan. Pero aún así, pasar con el cuerpo indiferente a los callejones que resuelven noches, que regalan besos, que condenan nostalgias. Y al igual que yo, quisiera no tener que arrugarse las manos para en las hendijas guardar los pasos que recoge. Ojalá estas cosas sintiera abril. Ese mismo que se perfila como si lo fuera, pero es que se le carcomen los besos que tuvo y no tuvo, se le recuerdan los pájaros lejanos, se arranca los presagios, se le lloran las bocas, es que se le clausuran los ojos que convencen, los ojos que desvelan la vida, que vierten letras, que exprimen versos, y que sonríen tristes. Es que estos tiempos se desvisten de su nombre.

Si abril deshojara un mes que no quiere tener por venas canales de un cuerpo en ruinas, que no quiere deshojar cielos como si fueran esperas, que no quiere sentir los ojos mordidos por la lluvia y no sentir sus pies como rieles desterrados. Pero, a pesar de todo, se pasea como queriendo quedarse al borde del tiempo, con las manos en harapos de luz, y viene como ese viento que arrebata los hálitos que dejan las estrellas. Ojalá lo sintiera así, porque entonces diría; que se cambie de nombre, que se cambie de cielo, que se vista de julio, que se vista de lluvia, que recoja sus pasos y se vista de marzo.

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