A quien tiene tormentas

Ha de sentir el estómago como guarida de murciélagos grises, sus manos son las ramas sueltas que quedan después de la tormenta; la misma que hace de sus ojos un desierto de remolinos taciturnos. Ha de tener más de un cabo suelto, más de un beso que termina como lo hace la ausencia de las gotas: la lluvia que no canta su llegada, que no adviene con olor a lagos; más de un cabo suelto, como ese beso que trae en la cintura, en empujón. Más de una rotura en los párpados, más de un poema aferrado a sus pies, a fuerza de besos y empujones.

Ha de tener un parque que le cosquillea con cuchillos su memoria. ¡Si hablaran, esos árboles aletargados o estas aceras que son las mismas que tuvieron a quien ya no se es! Ha de tener una esperanza, un disparo de optimismo que el tiempo ha convertido en hiedra con sabor a fracaso.

Tormentas, que caen tan suaves pero llegando a las piernas se afilan la boca, y yace una dolencia más. Porque si no tuviera ni una llovizna, el no tenerla, le embarcaría las noches a un aguacero de vacíos.

No hay comentarios: