Tengo una derrota hundida en las manos
y no puedo darle nombre ni enmarcarla;
porque ella inunda el aire, me atraviesa el corazón,
también la noche, también la angustia;
porque va descarriando la sonrisa,
ahuyentando los ojos hasta volverlos extraños.
Tengo una derrota que es tantas a la vez,
que es como poliedro, o camaleón;
nunca mariposa errante ni de humo,
ni el cometa extraviado que yo quisiera.
También, tengo un desvelo que a mis tobillos la ata,
un poema que la hace hermana del desconsuelo,
y el delirio de un amanecer sin la negrura en el sol.
Sin desvío
Eras ave con pretérito plumaje,
eras un nombre y un fantasma,
eras el pueblo enardecido de lluvia
y nubes de soledad entre mis tardes;
podrías ser el eco de la tristeza,
la canción con manos de miel,
o el sillón que deja la angustia,
pero somos navíos que apenas si cruzan sus horizontes.
eras un nombre y un fantasma,
eras el pueblo enardecido de lluvia
y nubes de soledad entre mis tardes;
podrías ser el eco de la tristeza,
la canción con manos de miel,
o el sillón que deja la angustia,
pero somos navíos que apenas si cruzan sus horizontes.
Arañas
Arranqué arañas de mi cabello,
cuando la tarde me daba un aire envilecido,
cuando la palidez era el bastón de la nada.
Habría sido mejor desprenderte de las hojas,
de la ventana roída por la neblina,
o desenredar distancias y tiempos.
Habría sido mejor tropezar con tus manos,
con el infinito tras tu voz.
Habría sido mejor arrancarte de mi cabello,
y que fueran arañas las que se posen en la ausencia.
Habría sido mejor encontrarte tras una puerta,
y que fuera otro el poema que se cae de mi boca.
cuando la tarde me daba un aire envilecido,
cuando la palidez era el bastón de la nada.
Habría sido mejor desprenderte de las hojas,
de la ventana roída por la neblina,
o desenredar distancias y tiempos.
Habría sido mejor tropezar con tus manos,
con el infinito tras tu voz.
Habría sido mejor arrancarte de mi cabello,
y que fueran arañas las que se posen en la ausencia.
Habría sido mejor encontrarte tras una puerta,
y que fuera otro el poema que se cae de mi boca.
Yo quisiera decirle
Vamos. Ponga en un bodoquito de papel todas las desesperaciones y soledades que le azulean las manos, todos sus poemas taciturnos y las lluvias. Yo le puedo dar mis derrotas. Luego podríamos hacer esferas con los fríos y los llantos, ponerles alas para dejarlas ir desde el sombrero de un árbol, y cuando quieran volver sobre nuestros brazos entonces les dispararemos con juegos de risas y versos. Vamos. Creo que usted también se preocuparía por sus tristezas, pero ellas no morirán, sólo serán estrellas llorosas en otro cielo.
Flecha
Si tuviera las palabras, yo te daría la lluvia en versos,
te diría que quiero tus dedos enredando el tiempo
y hablaría de las luciérnagas dulces que salen de tu boca.
Pagaría con el insomnio de todos los octubres,
si este verso te atravesara la piel.
te diría que quiero tus dedos enredando el tiempo
y hablaría de las luciérnagas dulces que salen de tu boca.
Pagaría con el insomnio de todos los octubres,
si este verso te atravesara la piel.
Sé
Yo sé dejar al tiempo atropellar mis manos para luego verter relojes muertos en mi camino; sé llegar tarde, cuando sólo queda un final enmarcado en un atardecer roto; también gritar cuando los oídos ya son ruinas de lo que hubiera sido, y esperar amaneceres con un poema en la punta de la lengua: he sabido llorarlos.
Sé lanzar mi cuerpo a la hora doliente y regar versos por las calles que me ven recoger mis pasos, también tararear causas perdidas. Lo que necesito decirle, es que también sé inventar risas.
Sé lanzar mi cuerpo a la hora doliente y regar versos por las calles que me ven recoger mis pasos, también tararear causas perdidas. Lo que necesito decirle, es que también sé inventar risas.
Cercas
Tengo las manos vacías, y llenas,
tengo moho en mis raíces
y ayer no supe donde poner mi desvelo.
Tengo el aliento de una noche inmóvil
y de los restrojos de un camino que no existe.
Tengo ganas de irme, de quedarme,
de perderme o dar conmigo.
Tengo huecos en el estomago
y paredes que chorrean hojas;
un recurrente desgano que ya camina,
que ya se acopla a mi cuerpo
y a veces me amarra a mi cama.
También euforia y colores.
Tengo ganas de poner luces en mis oídos.
Y esperanzas, muchísimas,
pero también piedras que las marchitan.
Tengo los dedos despeinados
y un deseo enfermo de escribir.
tengo moho en mis raíces
y ayer no supe donde poner mi desvelo.
Tengo el aliento de una noche inmóvil
y de los restrojos de un camino que no existe.
Tengo ganas de irme, de quedarme,
de perderme o dar conmigo.
Tengo huecos en el estomago
y paredes que chorrean hojas;
un recurrente desgano que ya camina,
que ya se acopla a mi cuerpo
y a veces me amarra a mi cama.
También euforia y colores.
Tengo ganas de poner luces en mis oídos.
Y esperanzas, muchísimas,
pero también piedras que las marchitan.
Tengo los dedos despeinados
y un deseo enfermo de escribir.
De cualquier forma
Yo te invento un barco,
te invento un tren con pestañas de cielo,
yo te grito con mis costillas
y te lanzo voces encendidas.
Pero te vas en cualquier rueda,
te vas con cualquier canto.
te invento un tren con pestañas de cielo,
yo te grito con mis costillas
y te lanzo voces encendidas.
Pero te vas en cualquier rueda,
te vas con cualquier canto.
Disparo
Que no se desmaye tu voz ni los desatinos que la empinan,
que la duda no encadene tu boca,
que no sean tus manos refugios de la soledad
ni de besos perdidos,
que la desesperanza no te robe los pies.
Porque si dejas que tu voz se quede inmóvil
si me das horas revueltas con un vacío oscuro
yo no voy a seguir tus rastros en el aire,
yo no voy a seguir tu andar entre raíces y lluvias,
ni voy a quedarme con el fracaso destejiéndome los ojos;
si me das gritos enredados con titubeos
yo me iré a navegar en mis venas para llegar a otra gruta,
porque yo no quiero en mi boca un jardín que no crece,
no quiero marchitar las horas si te florece el desgano,
ya no quiero colgarme las derrotas en las costillas
para luego abrazarlas con mis aguaceros.
Y sé lo inútil de estos versos:
quizás no tengas palabras,
no hay dudas porque no hay certeza,
quizás poco te importa la brújula de mis pies
o en donde quiera yo navegar,
sé que esto pende de mi desvarío,
de mis invenciones en tus madrugadas
y en tus llamados taciturnos,
sé que esto pende de mi disparate
y de él pende este poema.
Sin embargo,
si dejaras luces al borde de mi camino,
si desprendieras de un árbol un susurro,
yo podría desterrar mis presagios,
y aunque la fatalidad es nuestra sombra
yo podría ponerle escamas a mi esperanza
para buscar aguas sin espinas y sin sal,
yo podría arrancar algunas grietas y dudas,
podría terminar este grito al desvelo
este aullido absurdo que no da con ninguna luna,
podría terminar esta amenaza a tu boca, este poema:
ponerle alas y que rompa tu ventana,
que te despeine y te diga que lances un cohete
que rompa mi techo, mi puerta, mi voz y todo resto de silencio.
que la duda no encadene tu boca,
que no sean tus manos refugios de la soledad
ni de besos perdidos,
que la desesperanza no te robe los pies.
Porque si dejas que tu voz se quede inmóvil
si me das horas revueltas con un vacío oscuro
yo no voy a seguir tus rastros en el aire,
yo no voy a seguir tu andar entre raíces y lluvias,
ni voy a quedarme con el fracaso destejiéndome los ojos;
si me das gritos enredados con titubeos
yo me iré a navegar en mis venas para llegar a otra gruta,
porque yo no quiero en mi boca un jardín que no crece,
no quiero marchitar las horas si te florece el desgano,
ya no quiero colgarme las derrotas en las costillas
para luego abrazarlas con mis aguaceros.
Y sé lo inútil de estos versos:
quizás no tengas palabras,
no hay dudas porque no hay certeza,
quizás poco te importa la brújula de mis pies
o en donde quiera yo navegar,
sé que esto pende de mi desvarío,
de mis invenciones en tus madrugadas
y en tus llamados taciturnos,
sé que esto pende de mi disparate
y de él pende este poema.
Sin embargo,
si dejaras luces al borde de mi camino,
si desprendieras de un árbol un susurro,
yo podría desterrar mis presagios,
y aunque la fatalidad es nuestra sombra
yo podría ponerle escamas a mi esperanza
para buscar aguas sin espinas y sin sal,
yo podría arrancar algunas grietas y dudas,
podría terminar este grito al desvelo
este aullido absurdo que no da con ninguna luna,
podría terminar esta amenaza a tu boca, este poema:
ponerle alas y que rompa tu ventana,
que te despeine y te diga que lances un cohete
que rompa mi techo, mi puerta, mi voz y todo resto de silencio.
Sin rastro
Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.
Roque Dalton
o de matarme.
Roque Dalton
No sé cual animal se derrama en estas calles,
no sabría hablarte de hoy ni de ayer,
de la luna que cava en la oscuridad
o de las huellas que arrastran mis dedos,
no sé cómo decir que el viento no tiene uñas
y las bancas ya no hablan de añoranzas.
Es cierto que yo desprendía memorias del aire,
les amarraba algún susurro alado
y luego volvían como callados poemas,
es cierto que yo veía un callejón desangrando la noche
mientras los nidos lanzaban agua;
pero ahora han caído pétalos de olvido, rotos,
y no hay tantos mordiscos de comején,
podría ser que mariposas cansadas de la nostalgia
se han bebido la sangre de las nubes,
y es por eso que ya no hay vacío
o todo es un agujero con un sol extraviado,
es por eso que ya no siento tantas grietas en los ojos
o el sentir se me ha caído de las manos, que desidia.
Quizás es la espera anclada
de poemas sin voz, rondando esquinas,
de sentir setiembre como un cementerio con vida,
del callejón escupiendo medusas azules,
de caminar con el peso de lo perdido.
Quizás es la espera anclada,
porque hoy no crecen híbridos de agua y luz:
trozos de ayer,
porque hoy el aire no habla de tardausencias
y no hay desfiles con gritos oscuros;
no importa que a veces, por alucinación
o por el soplido de los tejados,
sienta que la tarde contiene un llanto
y que de las puertas cuelgan fantasmas,
no importa: sé que ya nada vuelve,
por eso no sé hablarte de la lluvia,
ni de setiembre.
Ánimos de un parque o presagio de los míos
I Deslumbrada y triste
Los faroles abrieron sus ojos cuando la tarde ya se iba quitando la falda, cuando ya tenía los brazos grises como insinuación de lluvia y poco a poco, dejaba ver su cuerpo que era el tejado nocturno. Abrieron sus ojos cuando entre gradas y árboles, la nariz de la tarde se convertía en un desatino, en un sinsabor que venía subiendo por mi estómago y se me salía por los ojos hasta dar de frente con los lunares del cielo: estrellas.
Y podría obviar esas cosas con el recuerdo de alguna complicidad y una sonrisa que hasta creía en las alegrías, porque las luces disparaban lápices para dibujar remos en los pies y ciertamente era una fatalidad bella, rodeada de silencios, de flores envejecidas, de sorpresas revueltas con nostalgia de lo que luego no sería, también de luciérnagas que gritan luz y no saben que están a punto de comenzar su agonía. Entonces vuelve el lado del más puro sinsabor, como una sombra debajo de las piedras, envolviendo la quietud y esperando.
Creo que alguna certeza fatídica me quedó en los dedos, porque muchos días pasaron y toda hoja que yo recogía traía manojos de horas con ánimos tan tristes como el amanecer de los faroles; días en los que las tardes se iban quitando hasta la piel, ya no como una insinuación de lluvia, sino dejando caerse como noche llorosa. Ya lejos de ese día, podía seguir sintiendo el sinsabor bordado en mi lengua y con la certeza que una luz sólo evocaría la nostalgia de aquellas que lanzaban lápices a mis manos.
II Desgano
Yo no sé si hubo tarde o noche, como quien duerme con los ojos clavados en la pared y se queda inmóvil para enredar tiempo y memoria, para entretenerse con alguna causa perdida. Así los faroles apenas dejaban salir un aburrimiento que ya no podía actuar de tranquilidad, así veía los tejados caídos sobre los muros y no haciendo piruetas en el aire, así veía llegar la noche como si fuera sólo la espera del día, y por supuesto de otra noche. Y arrastrarse en el tiempo con todo y los ojos lánguidos.
III No tan malo, creía
El sol estallaba en palomas que herían toda rama, todo tiempo, toda tristeza. Algo se iba dibujando con borrones ópticos mientras yo pensaba en cómo llevarme gestos y bancas. Esas bancas que antes parecían cementerios varados y ahora parecían barcos de papel entonces era tan fácil hundirse en cualquier hormiga, en el aire tan suave, en el viento que trataba de decir que son posibles las heridas dulces, que una palabra huérfana era en realidad suficiente para decir un cometa de infinitos colores o saltar de una constelación a otra, que una palabra huérfana bastaba para creer que un pedazo de papel podía engordar hasta convertirse en un poliedro y entonces llenarlo de juegos o pintarlo con tantos colores como el de aquel cometa. Y entre tanto podía aparecer el cadáver de una cucaracha entonces lo inevitable de las heridas cuando las hormigas se llevan toda dulzura y sólo dejan sangre mordida y el silencio como un grito espinoso y hacia abajo de la garganta.
Volviendo al viento; trataba de decirme que siempre había estado equivocada y que siempre había tenido la razón. Porque después de todo, el parque de veras era algo así como una mezcla de intuición y condena, y que después de todo estas dos cosas no tenían que ser tan instantáneamente tristes.
IV Pero
El viento no tenía razón. No fue así.
Los faroles abrieron sus ojos cuando la tarde ya se iba quitando la falda, cuando ya tenía los brazos grises como insinuación de lluvia y poco a poco, dejaba ver su cuerpo que era el tejado nocturno. Abrieron sus ojos cuando entre gradas y árboles, la nariz de la tarde se convertía en un desatino, en un sinsabor que venía subiendo por mi estómago y se me salía por los ojos hasta dar de frente con los lunares del cielo: estrellas.
Y podría obviar esas cosas con el recuerdo de alguna complicidad y una sonrisa que hasta creía en las alegrías, porque las luces disparaban lápices para dibujar remos en los pies y ciertamente era una fatalidad bella, rodeada de silencios, de flores envejecidas, de sorpresas revueltas con nostalgia de lo que luego no sería, también de luciérnagas que gritan luz y no saben que están a punto de comenzar su agonía. Entonces vuelve el lado del más puro sinsabor, como una sombra debajo de las piedras, envolviendo la quietud y esperando.
Creo que alguna certeza fatídica me quedó en los dedos, porque muchos días pasaron y toda hoja que yo recogía traía manojos de horas con ánimos tan tristes como el amanecer de los faroles; días en los que las tardes se iban quitando hasta la piel, ya no como una insinuación de lluvia, sino dejando caerse como noche llorosa. Ya lejos de ese día, podía seguir sintiendo el sinsabor bordado en mi lengua y con la certeza que una luz sólo evocaría la nostalgia de aquellas que lanzaban lápices a mis manos.
II Desgano
Yo no sé si hubo tarde o noche, como quien duerme con los ojos clavados en la pared y se queda inmóvil para enredar tiempo y memoria, para entretenerse con alguna causa perdida. Así los faroles apenas dejaban salir un aburrimiento que ya no podía actuar de tranquilidad, así veía los tejados caídos sobre los muros y no haciendo piruetas en el aire, así veía llegar la noche como si fuera sólo la espera del día, y por supuesto de otra noche. Y arrastrarse en el tiempo con todo y los ojos lánguidos.
III No tan malo, creía
El sol estallaba en palomas que herían toda rama, todo tiempo, toda tristeza. Algo se iba dibujando con borrones ópticos mientras yo pensaba en cómo llevarme gestos y bancas. Esas bancas que antes parecían cementerios varados y ahora parecían barcos de papel entonces era tan fácil hundirse en cualquier hormiga, en el aire tan suave, en el viento que trataba de decir que son posibles las heridas dulces, que una palabra huérfana era en realidad suficiente para decir un cometa de infinitos colores o saltar de una constelación a otra, que una palabra huérfana bastaba para creer que un pedazo de papel podía engordar hasta convertirse en un poliedro y entonces llenarlo de juegos o pintarlo con tantos colores como el de aquel cometa. Y entre tanto podía aparecer el cadáver de una cucaracha entonces lo inevitable de las heridas cuando las hormigas se llevan toda dulzura y sólo dejan sangre mordida y el silencio como un grito espinoso y hacia abajo de la garganta.
Volviendo al viento; trataba de decirme que siempre había estado equivocada y que siempre había tenido la razón. Porque después de todo, el parque de veras era algo así como una mezcla de intuición y condena, y que después de todo estas dos cosas no tenían que ser tan instantáneamente tristes.
IV Pero
El viento no tenía razón. No fue así.
Dormida
Quise ponerme los pies,
levantarme con un aullido vertical y absoluto;
quise atrapar algún aliento
y sentir los aviones alzar mi cabeza,
el vértigo en mis huesos.
Quise ponerme los pies,
para salir a escarbar la noche
y encontrar algún resto de compasión,
para alcanzar la vida, aunque sea lejos de aquí,
lejos del desgano que llevo entretejido,
lejos del hastío que me crece en las uñas
y es esa la hierba que se derrama en las esperas:
el fracaso.
Quise ponerme los pies para alcanzar la vida,
aunque sea lejos de aquí, lejos de mí.
Hoy cuando quise caminar abismos o astros,
casi sentí levantarme con alas feroces
mientras algo resucitaba en mi medula,
casi sentí que podía pescar algún entusiasmo
menos cruel, menos tormentoso;
casi sentí marchitar mis tropiezos
y con ellos, las flores que llueven desatinos.
Casi sentí que tenía los pies,
pero bajaron párpados y desganos:
mis huesos con el vértigo en la punta de la lengua,
mi aullido anclado en un silencio horizontal;
y entre susurro y fatalidad
algo decía que no importa la estrella que camine
o abismo que siga
o noche que escarbe,
sólo encontraría una vereda circular;
que no importa si me ponga los pies o no,
porque a medio andar un murciélago se los llevaría
y aunque un disparo optimista diera a sus alas,
y llegara al final, sólo encontraría una banca vacía e infinita,
o una pared arrugando la esperanza, que es lo mismo.
levantarme con un aullido vertical y absoluto;
quise atrapar algún aliento
y sentir los aviones alzar mi cabeza,
el vértigo en mis huesos.
Quise ponerme los pies,
para salir a escarbar la noche
y encontrar algún resto de compasión,
para alcanzar la vida, aunque sea lejos de aquí,
lejos del desgano que llevo entretejido,
lejos del hastío que me crece en las uñas
y es esa la hierba que se derrama en las esperas:
el fracaso.
Quise ponerme los pies para alcanzar la vida,
aunque sea lejos de aquí, lejos de mí.
Hoy cuando quise caminar abismos o astros,
casi sentí levantarme con alas feroces
mientras algo resucitaba en mi medula,
casi sentí que podía pescar algún entusiasmo
menos cruel, menos tormentoso;
casi sentí marchitar mis tropiezos
y con ellos, las flores que llueven desatinos.
Casi sentí que tenía los pies,
pero bajaron párpados y desganos:
mis huesos con el vértigo en la punta de la lengua,
mi aullido anclado en un silencio horizontal;
y entre susurro y fatalidad
algo decía que no importa la estrella que camine
o abismo que siga
o noche que escarbe,
sólo encontraría una vereda circular;
que no importa si me ponga los pies o no,
porque a medio andar un murciélago se los llevaría
y aunque un disparo optimista diera a sus alas,
y llegara al final, sólo encontraría una banca vacía e infinita,
o una pared arrugando la esperanza, que es lo mismo.
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