Nebulosa extraviada

Hubiéramos podido anclar el tiempo, de haber sido meteoritos y sacar las manos para aferrarse al sol, a un infinito lunar, a un pájaro. Verter la huida en las aletas celestes para zambullirse en una nebulosa de susurros.

Que hubiéramos guardado las nostalgias en las venas de la tierra y para llorarse los pasos, acercarse a los volcanes que escupen cielos desteñidos de lluvia.

Que hubiéramos echado a andar todo lo que amarrado en las manos hace dejar la vista en los rumbos que como meteoritos trazaríamos, en esas selvas de nubes que se disfrazan con los ánimos del viento. Echarse a andar sobre los manglares del cielo.

Que hubiéramos robado el vuelo de las hojas y dejar caer un aguacero de torbellinos luminosos. Entonces, hacer de los hubieras una explosión estelar.

Si abril tuviera un abril

Y que sintiera lo que es recoger los pasos. Levantarlos ya humedecidos por los lagos que se desmayan de las nubes, ya añejos con ese olor de piel de sol, o ya sin ese tanto de huida con que se dejaron. Tanto de huida con que los dejé cuando también recogía alguna flor, y se la arrancaba a los brazos de la tierra, para luego devolverla con los pétalos roídos por mi desgano y mis ganas, roídos por las tardes y por las crestas de la noche.

Entonces, desearía no tener que volver con la cabeza dándole la espalda al cielo, a un cielo que parece querer explotar en calidez, o que se pone de parche una luna que los ojos no tragan. Pero aún así, pasar con el cuerpo indiferente a los callejones que resuelven noches, que regalan besos, que condenan nostalgias. Y al igual que yo, quisiera no tener que arrugarse las manos para en las hendijas guardar los pasos que recoge. Ojalá estas cosas sintiera abril. Ese mismo que se perfila como si lo fuera, pero es que se le carcomen los besos que tuvo y no tuvo, se le recuerdan los pájaros lejanos, se arranca los presagios, se le lloran las bocas, es que se le clausuran los ojos que convencen, los ojos que desvelan la vida, que vierten letras, que exprimen versos, y que sonríen tristes. Es que estos tiempos se desvisten de su nombre.

Si abril deshojara un mes que no quiere tener por venas canales de un cuerpo en ruinas, que no quiere deshojar cielos como si fueran esperas, que no quiere sentir los ojos mordidos por la lluvia y no sentir sus pies como rieles desterrados. Pero, a pesar de todo, se pasea como queriendo quedarse al borde del tiempo, con las manos en harapos de luz, y viene como ese viento que arrebata los hálitos que dejan las estrellas. Ojalá lo sintiera así, porque entonces diría; que se cambie de nombre, que se cambie de cielo, que se vista de julio, que se vista de lluvia, que recoja sus pasos y se vista de marzo.

Otro tiempo

Quizás, si no tuvieras los ojos llenos de acordeones que silban jueves. O si de los tejados furtivos que son tus labios, escaparan maremotos y nubes. Y si yo lanzara, como si de aviones se tratara, un susurro de un abismo a otro. Y si hoy sembrara un árbol cósmico y junto con sus frutos volaran las horas agrietadas. Quizás, si yo cosiera hélices a los pies; y entonces, remendar el tiempo con trozos de noche y flor.

A siete pasos de ayer

Fue cuando el mundo difuminaba sus luces en destellos voladores y el viento corría como si fuera compuesto de medusas amarillazuladas, de luciérnagas humedecidas; de lo que vuela como si fuera indoloro, de lo que se versifica de golpe, de la lluvia que moja cuando se evapora. También, se escondían tras los árboles, tal como niñas esperando asustar, las dolencias.

Naufragio

Quería anochecer el padecimiento de la cola de los días,
pero mis manos son enredaderas lluviosas
y el tacto es alacrán para los talones de la noche,
es que mis pies son pantanos de nostalgias
que me zurcen a un susurro amordazado
y los labios tienen garras que agrietan la certeza,
es que mis ojos habitan veredas desoladas
y mi boca apenas dice más que el silencio.

Yo quería desterrar tantos dolores,
pero la soledad yace en mis vísceras,
y por eso era el sinsabor de una tregua que anunciaba tormentas.

Quería arrojar las turbulencias al desierto
pero como vagón hacia caminos que no nacen,
como animal volador que no se despega de los tejados
o como cantos de pétalos sin flor;
así naufrago en el abatimiento.

Yo quería secar mis desganos,
pero hasta las nubes hieren,
y todos mis pasos son a tientas:
apenas un arañazo a la oscuridad.

Estas tardes

Porque hay rarezas que se comparten.
Abriles también.

Y colgábamos el tiempo de las hojas,

las que quedan del recuerdo de un resplandor,
las que ahondan en los ojos que se vierte el atardecer,
las hojas que se bordean la piel con hilos camaleónicos;
esas que guardan los llantos
y los llueven en tierras que tienen la boca abierta al cielo;
las que florecen de la cabeza de abril,
las que presagian un aire revuelto con árboles,
las que tiemblan como truenos en el mar.
Esas que cantan treguas inciertas,
esas que nacen nostálgicas,
y todas las que no han sido también.

Fraudulento

Como si cayera un alud de somníferos sobre los relojes
o se oxidaran las tenazas de las horas,
como olvidar que el tiempo se marca en el cielo
y se destila para no tragar el pausado andar de un mes,
es como si el concreto se hubiera llenado de aletas de girasol
y entonces,
el cielo es un remolino inmóvil de estaciones,
los segundos acarician con pelaje de gato,
el desvelo es sólo un brazo de lo infinito de las tardes
y la única prontitud es cuando los verbos hormiguean.

Pero como trampa a la memoria,
cae con el espanto de sus alas,
entonces ya hay huracanes en los nervios de la voz,
vagones sin auxilio que caen a la demora
y que duelen en los refugios de lo que no está,
hay flores muertas al borde de las ausencias,
palabras etéreas ya hechas murmullo de oruga.

Ya hay un relámpago apuñalando al presente,
a los párpados y la boca oscurecida;
entonces ya el tiempo pasó,
ya hiere a las noches
y despunta los versos.

Aviones de papel

Como la neblina que viste las caderas del aire,
la noche que se zambulle en la madrugada,
las alas que esparcen migajas de anhelos,
o los tarareos salados del mar,
o los besos,
la infiltración que se cicatriza en pares,
las hojas crujientes tendidas en las sábanas del sol,
o la simetría al flotar en laberintos de asfalto.

Como quienes aparecen, abandonan y olvidan:
las voces que callan al silencio de las horas dolientes,
el frío que arranca la calidez de las luces,
es el viento que abraza los remolinos de la voz
o algunos versos derramados en la lengua y los ojos.

No como las cosas que se quedan
y ahuecan los amaneceres del ánimo,
no como los espectros de la lluvia en las calles
que van arraigándose al tiempo y la memoria,
no como quienes rompen los arcoiris de las pupilas,
no como las cosas que se quedan,
no como la soledad.

Grieta de Abril

¿Y qué es la espera sino la angustia tendida sobre el tiempo, o la desesperanza posada como polilla en el futuro? Las esperas son deshoras lastimeras que se engordan. Y explotan.

Dolores cardinales

Hoy que los mares son sombras de paraísos heridos
y las fronteras son manos estáticas del tiempo,
que el aire no es otra cosa que distancias desveladas,
y los tejados son animales desarraigados de aromas,
entonces; vislumbro el mapa de mi dolencia.

Entre las escalas que mutilan mi risa,
veo cómo la ciudades son grutas en lo inhóspito de los labios
y las cuevas son poros de la tierra donde el sol hiberna,
cómo los ríos sedimentan la piel con fósiles nostálgicos
y las selvas son una maraña de luces atenuadas.

Hoy, que la brújula apunta a la ausencia
y su aguja resquebraja el diástole de la memoria,
hoy, que los navíos estrellan sus pies en un muro de destiempo,
que los árboles derriten el cielo para luego sollozarlo
y anclarlo a pedazos en la calle construida por la lluvia,
que los desiertos son el tendón de las madrugadas.

Hoy que el azar no tiene norte ni sur,
sólo una amalgama de tierras y destierros
que estrangula con suspiros a la noche,
ahora, que la soledad ahueca al tiempo
y que los versos cardinales
señalan el deshielo de los ojos.

Pieza no-extraviada

Y yo,
ya he visto mis manos tejer galaxias con hilos lastimeros,
son muchas las palabras oscilantes en mi lengua,
y ya me he convertido en selva de tiempos vencidos,
en risas que cantan el luto del eco que no tienen...