Transferencia

“Las apariciones son algo así
como fragmentos de otros mundos...”
Dostoievski

Camina con la cabeza un poco ladeada mientras va observando las combinaciones de las letras del abecedario grabadas en un rectángulo. Se asoma una francesa casi saliendo del estante, un argentino que acaba de llegar y un portugués que le promete el éxtasis literario. Sigue caminando inalterable entre pasillos, porque ella sabe que todos buscan la forma más desesperada de ser tomados, más de una vez alguno se le insinuaba días antes apareciendo entre bocas ajenas o en lecturas que ya habían sido dichosamente elegidas, pero el uso excesivo dejó el método reducido a una larga lista de espera. Entre sus pasos siente que algo le va tomando los dedos de las manos, los conduce hasta unas paginas que pasa rápidamente para catar el olor amarillento de un viejo ruso de pasta gruesa. Le gusta. Por días se sumerge en otros colores, otra gente, otras culpas y otras calles.

Se trata de dos mundos que convergen desigualmente: la realidad y lo otro. Las realidades son bastante subjetivas pero ya nos hemos acostumbrado a que cada quién lleve la suya puesta en los sentidos y en la voz. Definir la naturaleza de un mundo creado con bloques de alucinaciones resulta como intentar cuantificar los números que hay en el infinito. Y de la convergencia de estos mundos, el signo de desigualdad va dando vueltas: la realidad es mayor que lo otro pero luego lo otro va trepando como un ejercito de hormigas sobre una gran cucaracha y la realidad es invadida y mordisqueada, una vez que lo otro predomina, todo es incontrolable, llega a dominar mundos y además invita a seres asombrosos a esa fiesta de entornos distorsionados. Hay episodios de la vida que se pueden desgajar para obtener partículas casi puras que provienen de otros mundos.

Sus dedos comienzan a despegarse de las paginas mientras la casa se encharca en un silencio que sólo puede pertenecer a un insomnio vencido hace horas. El ardor de los párpados anuncia el lugar donde descansará un papelillo que sirve de separador, lugar que no es un simple intervalo numérico de un libro sino el congelamiento de percepciones.

Ojos entreabiertos que apenas distinguen la luz. Y en lo entrecerrado comienzan a surgir cuerpos con andrajos que se mueven sobre imágenes lánguidas; entre cuatro marcos de polvo va desfilando una historia que fue leída hace unas horas, mientras un torbellino va desmembrando los cuadros para dejar un grupo de imagines vacías. Las emociones se fueron decantando.

Una masa anímica después de deambular por las paredes de su cuarto se fragmenta en cuerpecillos danzarines que van acercándose a ella. Como si fueran metales dúctiles se van alargando para entrar por sus poros y se siente enredada por dentro hasta que los cuerpecillos delgados se estallan en nervios que la hacen sentir más de lo que su carne puede soportar. Todas las emociones culminan en desesperación. Tira el papelillo y continua con la lectura. Pero el acto de descifrar signos no resulta gustoso: no logra encontrar un solo gesto en ninguna línea, no puede entender lo que sus ojos transfieren porque no son más que aquellas imágenes vacías que hace unos minutos pasaban por sus ojos entrecerrados: las paginas son sólo papel y ella es una aleación de emociones. Las siente todas en un solo momento, haciendo estragos dentro de su estomago, reventando los candados de sus sueños y mostrándole aquellos mundos que están más allá de la línea que nos separa de lo onírico, agitándose en cada uno de sus dedos para que éstos se enloquezcan de tanta energía confinada, sus ojos no perciben las paredes como limites de espacio sino como ramas de donde se cuelgan los restos de cuerpecillos esperando para invadirla, así como invaden las hormigas. Se sintió ajena cuando lo común se convirtió en misterio, cuando no podía reconocerse y su cuerpo le dejó de pertenecer.

El cambio de intensidad de emociones de un libro a un cuerpo es desconocido, podría ser que un personaje se sintió levemente cansado o estaba agonizando; porque su cuerpo terminó inmóvil en la cama, apenas respirando. Las emociones ya cansadas comenzaron a abandonar suavemente su cuerpo y quedaban derramadas entre las sabanas, eran tantos los cuerpecillos que pronto el piso estaba lleno de ellos.

Poco a poco los trozos de la masa anímica que quedaban derramados en su cama se fueron aglomerando en unos cientos de paginas. De lo sucedido no habían más pruebas que un papel estrellado en el suelo, evidenciando que por alguna razón ella no había marcado el congelamiento de percepciones aquella noche.

1 comentario:

Tersites dijo...

jaja q bn...
todo eso pasa con y por gente como Fiodor,