Calles nocturnas

Hay que sentirlas.

Algunos dicen que surgieron por necesidad, y yo pienso igual. Es una necesidad verlas por las mañanas, cuando el sol evapora los restos de nostalgias que en las noches las embriagaron. Y sobre las calles y las nostalgias nocturnas hay mucho que decir y bastantísimo que sentir; eso de ver las luces como refugios resulta peligroso porque dan ganas de escalar hasta ellas y gritar que dejen de ser tan crueles, o que dejen de ser tan débiles y ya no lancen esos gemidos sordos que duelen a los transeúntes; o todo esto podría terminar en una sombría seducción y jugar a sentir las calles o dejar que las calles se sientan en el propio cuerpo. Esa invitación a descubrir los espacios en los que nunca nadie ha estado, los espacios que tantas veces han sido zapateados, los que prometen hacer de nuestro cuerpo una masa etérea, los que esconden la magia y hay que seducirlos para que entreguen un poco cada noche. Hay que dejarse encantar por ellas y dejar que se encanten con nuestros pasos, sólo así las andanzas serán música, serán colores, serán emociones, serán calles palpitantes.

Pasarán las horas y terminaremos confundidos con gatos que se cuelan en camaleónicos callejones...

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