Renuncias

A la humedad tropical en los ojos,
a los ritos del abandono en las manos,
a los insectos que se alimentan de las nostalgias,
a los besos y despedidas que huelen a vela mal apagada,
a los navíos que se estrellan en la comisura de un día y otro,
a los bosques que no dejan de llorar en cataratas,
a los rugidos que rompen la ceguera de las manos,
a los pelícanos que pescan risas y promesas
y a las huidas con la vida enferma.

Mar

El peor sonido para despertar en la playa, es el de las gotas brincando en el techo. Con la esperanza de que se tratara de una heterogénea mezcla de polvo y viento, corrí a la ventana y ya no me importaba si llovía o no; porque el sol gruñía susurros morados y amarillos, mientras el cielo se derramaba en textura de crayón. Además, como si se tratara de las huellas nacaradas que deja la huida de las olas, así iban apareciendo personas que luego se ordenarían en filas para esperar a que llegaran los policías. Sí, pobres, recién nacidos del mar y ya los policías cerca. Las líneas aumentaban con la rapidez de un trazo, como si cada metro cuadrado se convirtiera en una persona; desgracia. Pero mayor desgracia que del sol cayeran cajas que al reventarse contra la orilla del mar, dejaban escapar más personas y más policías para unirse a las filas.

Que sigan. Yo espero una balsa en un camino de agua. Colores saturados.

Espero que al llegar a la orilla, los policías no me digan nada, ni que la fila de personas me consuma, ni que se acabe el mar. Y que al final de la playa, junto a las rocas, no haya nadie.

Pieza extraviada

...porque yo me suspendía de nubes rotas
y tus andanzas eran del encanto a las flores muertas,
luego derribábamos fronteras con tiroteos de palabras
y bebíamos las calles de un trago amarillo....

Gotera

Mi techo fue herido por un meteorito azul,
tras él, viene una lluvia de tristezas
y las gotas explotan como versos urgentes:
luces fragmentadas por sobros de recuerdos,
trenes circulares hacia la melancolía,
manos afónicas de tanto dolerse
y abriles pálidos de tanto sufrir su propia ausencia.

Mi casa es un carnaval despojado de risas,
entre una silla y otra
pasan pájaros llorosos que dejan caer sus lamentos:
desesperanzas como pólvora en el cielo
y flores que germinan de vientos marchitos.

Caen y caen, sujetos de una migaja de agua,
los girasoles desmayados,
los abriles ya cadavéricos.

Noventa y algo

Pasábamos tardes escribiendo cartas: frases aterradoras y dibujos de las criaturas que imaginábamos infernales, con copitas de agua tratábamos de llegar a la lucidez para saber el mejor punto de lanzamiento de las cartas de miedo, así el vecino no podría explicar el origen de aquel aviso de muerte o al menos el preámbulo del miedo nocturno. Así que escalábamos los escasos metros del muro que separaba las casas y desde allí dejábamos caer los papeles, con unas salpicaduras de rojo que un niño torpe vería como sangre. Pero al día siguiente, el niño se reía de su madre que creía los mensajes de otros mundos, y de nosotras también, entonces nos íbamos desilusionadas a preparar una pócima con hojas, semillas y flores; con la esperanza de encontrar secretos entre ramas.

Hálito

Humedecen al desconsuelo,
con un saludo que es también un adiós,
dibujan alas con susurros azules
y luego al encallar, duele como desteñir la noche.

Animales clandestinos
o fragmentos del amanecer,
que vuelan a las azoteas
para luego lanzarse a la desmemoria
y en el vano esfuerzo,
quedar colgados del tendido eléctrico:
dúctiles nidos de recuerdos desterrados.

Sin líneas

Convergen, sin dejar espacio a una grieta por la que se pueda trazar una línea. Como un agujero negro que se lleva todo a su boca, o como una soga resumida en nudo. Veo los extremos de un intervalo en un mismo chispazo, en una ola de viento que sólo eso fue, en un cuadro pasajero que imaginaron los ojos. Siempre un único paso que va murmurando un gesto con sabor a nube, con sabor a inicios varados en algún pozo de irresueltos, o fracasos.

Un punto con el peso de una línea, un punto muy denso anímicamente.