LUCESCIT

Antes de ver o de escuchar, siento. Siento como la noche comienza a ser un ayer, que desde hace horas ya lo era, solamente que necesitaba ver el cielo diáfano para darme cuenta. Lo noto sin ver y sin escuchar porque el frío que siento en mis pies es distinto al que sentía hace unos minutos, es un frío fresco y delicioso, distinto al de la noche que es punzante.

Entonces me levanto y camino –ahora siento más frío en mis pies- hasta llegar a alguna ventana, mientras camino escucho como cantan los pájaros, con tan solo unos cuantos rayos de sol ellos saben que es hora de continuar y amablemente me avisan que debo de hacer lo mismo, pero es difícil ser como ellos cuando sus cantos apenas me indican que debería de ir a dormir, o al menos hacer un intento.

Me siento en el sillón y corro las cortinas para poder ver el cielo. Aún todo es azul, ese azul que desde hace años me hace esperar y esperar tan solo para tener el placer de estar despierta en esos cuantos minutos en los que todo se tiñe. Viene desde arriba, entra por mi ventana si yo se lo permito -es bastante educado- y comienza a dar color a las paredes, un azul fresco, un azul con ganas, un tanto nostálgico si se quiere, pero hoy no es para eso. Y con su color llega ese frío que nos baña, en cierta forma renueva y si hay un poco de sueño lo hace desaparecer rápidamente entre la oscuridad que aún queda. Pero a estas horas todo cambia apresuradamente, y el azul también se va. Un minuto cambia muchísimo el paisaje, creo que el amanecer nos muestra de una forma bastante clara la actitud que deberíamos de tener durante todo el día: ver en cada instante los colores que hay, porque rápidamente cambian y tendremos que esperar mucho para talvez verlos de nuevo. Seguramente olvidamos hacerlo porque pocas veces vemos amaneceres.

Los colores fuertes del cielo nocturno parecen perder su densidad, y lo que queda se esparce como polvo –casi gaseoso- por todo el cielo. Veo agujeros que prometen espacios más allá de las nubes, pero apenas me dejan ver la luz que hay en ellos, y es suficiente. Hay diminutos espacios de luz brillante y fuerte, que buscan un lugar entre tantas nubes, pero con el pasar de los segundos estos espacios se van expandiendo y cada vez consumen un poco más de oscuridad, hasta llegar al punto en el que la oscuridad es la minoría, no es necesario mucho tiempo para que no quede ni un rastro de la noche. De la Luna y el Sol, no sé nada, me he dedicado a las formas, colores y sensaciones, pero sé que estos son tan solo efectos de los astros.

El cielo completamente claro. Ya no es el azul el que entra por mi ventana sino esos rayos de sol penetrantes que se cuelan por cualquier rendija y hasta me permiten ver la danza de esas pequeñitas partículas que parecen ser polvo. Esa danza que en la niñez me deleitaba contemplando a media mañana. Ahora puedo ver las hojas de los árboles, verdes y limpias, mientras entre rama y rama el blanco del cielo no pierde oportunidad de hacerse ver aunque sea en un mínimo espacio. Las hojas de las ramas se mueven lentamente, con tanta armonía como el proceso de cada mañana, se mueven y se dejan seducir una y otra vez por la brisa fresca, se dejan seducir un poco más hasta entregarse completamente y seguir sus pasos, sus movimientos y sus ritmos. Si observo un poco más, puedo divisar la línea, esa línea que llevo años siguiendo, la línea de unión -¿o división?- del cielo y las montañas, parece que esta compuesta por millones de puntos que se atraen fuertemente. Es casi mágica y me hace pensar que entre puntos y puntos se encierran misterios, historias, miradas y letras.

Sigo mirando completamente absorta en el cielo y cada mínimo cambio que hay en él, hasta que de pronto pasa un hombre caminando por la acera, seguramente va para su trabajo. ¿Qué día es hoy? ¿El hombre irá mirando el cielo o el asfalto húmedo? Debería de salir y decirle que mire hacia el cielo, por si acaso sus ojos solo se detienen en sus pies, entonces quito la mirada de la ventana y volteo. Todo esta oscuro. Las paredes, los muebles, los objetos, los espacios, los libros, los vasos y las hormigas parecen formar un solo cuerpo, oscuro y dormido. ¡Que contraste! Afuera una luz fuerte, adentro una oscuridad sigilosa. Abro las cortinas. Creo que debería de ir a escribir, a dormir, a leer, a pensar, a escuchar, a soñar...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Solo el color de tus letras ilumina mi cielo oscuro, es un amarillo resplandeciente que trasciende las fronteras y me abraza sobre la soledad.