Tangos asesinos

Con cada canción te entregas más a la tristeza,
y sé que en cada noche escarbas en tu memoria
y buscas respuestas a preguntas absurdas.

Y cuando escuchas algún tango
sentís como se resquebraja algo:
tu estomago, tu corazón, tu mirada, tu cuerpo.
porque esas melodías que entonabas entre risas
son inicios de este final que hoy sufrís.

Mi mirada te invita a caminar y reír
pero vos sonreís con tristeza en los ojos
entonces mi mirada ya no es la misma
y te lanzo una de esas que llevan los tangos más tristes.

¿Soñamos olores?

"...como sueño era curioso porque estaba lleno de olores
y él nunca soñaba olores"
Julio Cortázar
Pedía a gritos que apareciera un silencio adormecedor. Un silencio que pusiera fin a sus pensamientos perturbadores. Pensamientos que como un álbum de fotos viejas, le mostraban imágenes amarillentas y carcomidas por el tiempo. Imágenes que a su vez le gangrenaban sus días, y lo llevaban a vagar de calle en calle, buscando respuestas a preguntas que aún no había formulado. En su delirio, no había mas mundo que el de su cabeza. Solamente existían calles oscuras y sucias, alguna vez pisadas por la gente que camina hacia algún punto. No como él que se arrastraba hacia donde fuera, sin llegar y sin ir, así como se derrama un vaso de agua en el suelo y se esparce hasta donde se lo permite. No tenía otro cielo más que ese firmamento grisáceo, donde las nubes se unían y se separaban, de la forma más absurda, solamente para deleitarse con su sufrimiento ante tanta impotencia, ante tanta burla, y ni hablar de los pájaros, que de esquina en esquina entonaban sus desgracias, y estas retumbaban en su cabeza, una y otra vez, hasta el anochecer. Cuando la ciudad se sumergía en la oscuridad, podía divertirse algunas horas jugueteando con las sombras, tratando de besarlas, tratando de tocarlas. Hasta que de nuevo el miedo lo enloquecía y se empeñaba en encontrar un lugar donde esconderse de los miedos que él había creado.

Alucinaba sonidos, alucinaba imágenes. Las sensaciones; el temor y la desesperación eran solo producto de sus invenciones.

Cada vez era mas frecuente. Al dejarse caer en las garras del sueño, estas se comenzaban a pasear por su piel, a hacerle pequeñas incisiones en los puntos más sensibles, pasaban las filosas uñas cerca de su cuello, más cerca de sus ojos y de sus labios. Lo conducían por estrechos callejones con marcas de sangre seca, y lo llevaban a ser este hombre infeliz y sombrío.

Pero con el pasar de las noches, había conseguido algo fascinante, en su propio sueño lograba conseguir darse cuenta que no pasaba de esto; bastaba con oler cualquier cosa y al no percibir olor sabía que no podía ser realidad. Su buen olfato era una característica sobresaliente, así que tenía que ser un sueño. ¿Cómo soñar con olores? No lo creía posible. En sus sueños; las hojas, los pájaros, la suciedad, su cuerpo y los charcos no tenían olor. Puede parecer enfermizo y ciertamente lo es, pero esperaba con ansias el momento de dormir para sentir el placer de dejar atrás el pánico con la ausencia de los olores, burlarse de sus propios sueños. ¿Invenciones mentales? ¿Qué tanto es real, qué tanto inventando?

Las garras aparecieron. Las sentía subir desde las puntas de los dedos de sus pies, pasaban amenazantes por sus piernas y llegaban a su espalda, tomaban sus brazos y se colgaban de su cuello. Comenzaban a adueñarse de sus sueños, las garras lo tomaban y con suaves pero constantes movimientos comenzaba la tortura. Entonces aparecía en el mismo escenario de siempre, caminaba y todo a su alrededor lo infectaba de pánico. Era de día y el día siempre era peor. Las calles, el cielo y los pájaros que se burlaban. Un incienso en la mesa de un café, ahí estaba la solución al menos en este sueño, lo encendería y el humo sin olor lo tranquilizaría. Entonces acercó una llama y olor del incienso lo aturdió.

Suposiciones, música y humo

"...y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad."
Silvio Rodríguez
Se sentó con una botella de cerveza, un vaso, una caja de cigarros, una candela derramada en la mesa y tres extraños con los que no habló mientras estuvo ahí. Él cantaba con voz baja pero con gestos muy fuertes que se pronunciaban en sus ojos, en su boca, en sus manos, en sus cejas, en su frente y en su nariz. Cuando no cantaba, tomaba cerveza de su vaso, talvez con sabor a jabón, siempre es mejor la cerveza en botella. Vestía de negro, quizás estaba de luto porque tenía el corazón como ceniza de cigarro o puede ser que esa noche quisiera vestir así sencillamente por eso, porque quería vestir así, como yo, como muchos. Aunque yo quisiera pensar que era por luto, había muchas personas que vestían de negro. Otras de gris, café, azul o cualquier color que en la oscuridad parece negro. Pero él usaba una camisa negra, estoy segura. Y entre tanta descripción física necesito hablar de lo que me interesa. Necesito hablar de lo que yo veía entre figuras de humo y canciones con guitarra; él estaba triste. Y entre un ojalá y otro, se moría. ¿Y quién no?

A veces me gusta observar a la gente, guardar cuidadosamente cada mínimo detalle. Debo de aceptarlo, me obsesiona tratar de saber cual(es) sentimiento(s) cargan en ese momento. Por eso me fijo en cada gesto, en las palabras –aunque sean pocas-, en lo que observan y de que forma, en el brillo de los ojos, en la forma de sonreír, en el tono de la voz, en cómo se llevan las manos a la cara. Araño cada detalle para lograrlo, me gusta colgarme de algo insignificante para encontrar un dato importantísimo, según mis alucinaciones. Al pensar y escribir esto me siento como el don José de Saramago… Es un placer raro. Pero no me gusta hacerlo con personas que normalmente llamarían la atención, es mucho mejor con quienes pasan desapercibid_s, sin dejar mas rastros que cenizas y formas circulares de agua en una mesa de madera, una silla vacía.

Volviendo a quien trataba de dejar perdida esa tristeza, esa melancolía desesperada, evaporar ese algo que le inundaba los ojos, para que entre la oscuridad se confundiera con el humo asfixiante de tantos cigarros, y en un descuido de esa multitud gaseosa salir con la cajita y no volver. Porque un par de veces se levantó, con su vaso pero sin sus cigarros, la botella vacia, entonces rápido regresaba porque ellos lo esperaban. Del otro lado alguien me hablaba. ¿Cuál es esa palabra que andas buscando? Amarillo. ¿Amarillo? Si. Pero vos estás loca, amarillo, risas. Yo sabía lo que me iba a preguntar, y antes de que pudiera hablarle para evitarle la pregunta, la hizo. ¿Y para vos que significa el color? Mirá que puedo decirlo de varias formas. Ya es suficiente descriptivo, le dije. Entonces alguien tocó de nuevo la canción que contiene esa frase, esa frase que debo repetir todos los días, por consejo, repetir solo para mí. “Y soy feliz porque soy gigante”. Cantó Silvio, cantó alguien, dijo alguien, yo lo repetí, alguien lo volvió a cantar, entonces nos miramos porque esa era la frase. Y enredadísima entre preguntas y mis respuestas cortas, que eran apenas algo más que un gesto, miré la mesa y ya no había una caja con cigarros que esperan. Talvez se evaporó, pero espero que haya salido justo a tiempo después de ese cambio físico, porque de lo contrario el humo combinado con ese algo se comenzaría a impregnar en su ropa, en su piel y en su cabello, con un poco de agua y jabón es suficiente para quitar el olor más tarde, pero esa misma madrugada la mezcla gaseosa entraría por sus fosas nasales, entraría por cada poro. Ya sabemos lo que pasa. Despertaría peor porque esos gases melancólicos son bastante vengativos y harían estragos en su cuerpo. Espero que haya salido a tiempo. Yo no me di cuenta hasta que miré la mesa y ya no había una caja con cigarros que esperan, porque alguien del otro lado me hablaba y decía: La melancolía es más linda que la felicidad, pero si no la sabes manejar…y señaló hacia el suelo. Que yo estoy bien. Él no lo creía, pero no podía decirle que estaba haciendo un experimento con emociones ajenas. Entonces miré la mesa y ya no había una caja con cigarros que esperan, eso es importante por eso lo escribo tres veces. Un rato después me levanté, cuando volví, por diferentes cambios de espacios y ubicación de cuerpos que se dieron en mi ausencia, me vi obligada a sentarme en la silla que hace un rato ocupaba alguien con camisa negra, que cantaba en voz baja pero con gestos muy fuertes.
Y que alguien cante algo de Fito o de Charly.