Disparo

Que no se desmaye tu voz ni los desatinos que la empinan,
que la duda no encadene tu boca,
que no sean tus manos refugios de la soledad
ni de besos perdidos,
que la desesperanza no te robe los pies.

Porque si dejas que tu voz se quede inmóvil
si me das horas revueltas con un vacío oscuro
yo no voy a seguir tus rastros en el aire,
yo no voy a seguir tu andar entre raíces y lluvias,
ni voy a quedarme con el fracaso destejiéndome los ojos;
si me das gritos enredados con titubeos
yo me iré a navegar en mis venas para llegar a otra gruta,
porque yo no quiero en mi boca un jardín que no crece,
no quiero marchitar las horas si te florece el desgano,
ya no quiero colgarme las derrotas en las costillas
para luego abrazarlas con mis aguaceros.

Y sé lo inútil de estos versos:
quizás no tengas palabras,
no hay dudas porque no hay certeza,
quizás poco te importa la brújula de mis pies
o en donde quiera yo navegar,
sé que esto pende de mi desvarío,
de mis invenciones en tus madrugadas
y en tus llamados taciturnos,
sé que esto pende de mi disparate
y de él pende este poema.
Sin embargo,
si dejaras luces al borde de mi camino,
si desprendieras de un árbol un susurro,
yo podría desterrar mis presagios,
y aunque la fatalidad es nuestra sombra
yo podría ponerle escamas a mi esperanza
para buscar aguas sin espinas y sin sal,
yo podría arrancar algunas grietas y dudas,
podría terminar este grito al desvelo
este aullido absurdo que no da con ninguna luna,
podría terminar esta amenaza a tu boca, este poema:
ponerle alas y que rompa tu ventana,
que te despeine y te diga que lances un cohete
que rompa mi techo, mi puerta, mi voz y todo resto de silencio.

Sin rastro

Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.
Roque Dalton

No sé cual animal se derrama en estas calles,
no sabría hablarte de hoy ni de ayer,
de la luna que cava en la oscuridad
o de las huellas que arrastran mis dedos,
no sé cómo decir que el viento no tiene uñas
y las bancas ya no hablan de añoranzas.

Es cierto que yo desprendía memorias del aire,
les amarraba algún susurro alado
y luego volvían como callados poemas,
es cierto que yo veía un callejón desangrando la noche
mientras los nidos lanzaban agua;
pero ahora han caído pétalos de olvido, rotos,
y no hay tantos mordiscos de comején,
podría ser que mariposas cansadas de la nostalgia
se han bebido la sangre de las nubes,
y es por eso que ya no hay vacío
o todo es un agujero con un sol extraviado,
es por eso que ya no siento tantas grietas en los ojos
o el sentir se me ha caído de las manos, que desidia.

Quizás es la espera anclada
de poemas sin voz, rondando esquinas,
de sentir setiembre como un cementerio con vida,
del callejón escupiendo medusas azules,
de caminar con el peso de lo perdido.
Quizás es la espera anclada,
porque hoy no crecen híbridos de agua y luz:
trozos de ayer,
porque hoy el aire no habla de tardausencias
y no hay desfiles con gritos oscuros;
no importa que a veces, por alucinación
o por el soplido de los tejados,
sienta que la tarde contiene un llanto
y que de las puertas cuelgan fantasmas,
no importa: sé que ya nada vuelve,
por eso no sé hablarte de la lluvia,
ni de setiembre.