Dolientes

Pueblo lloroso,
que nació en un arrebato de azul,
de una lágrima condensada.

En sus calles empedradas en desvelos
sus muchachos se derraman,
incansables como la soledad,
con camisas de recuerdos
y papeles salpicados con gritos.

Un espectro de mujer los toma de la mano
y si ella aparece es sólo una sombra rebelde
que se escurre del bolso del olvido,
donde yacen futuros,
despertares añejos
y donde no cabe el ayer,
ni cabe un adiós.

Rayas en su espalda

Eso siempre me había dado miedo. Yo trataba de que no me vieran para poder observarlas. Porque lo peor sería que al darse cuenta que mis pies se acercaban o que mi mirada les estaba hiriendo las líneas de su espalda, se lanzarán contra mi cuerpo y ellas fueran trepando por mis brazos o piernas, o peor aún: por mi cuello o mi cara, donde las podría sentir pero no ver. Sería terrible que de pronto esas patitas se adhirieran a mi piel en un delicado golpe. Y sucedió.

Pero es hasta hoy cuando me doy cuenta que el golpe de esa criatura fue una venganza. Yo no la miraba, yo no sabía de ella. Apareció justamente para golpear mi pie y luego correr, volar o saltar, no sé. Pero, ¿cómo explicar que una cucaracha se traslade kilómetros para amenazarme? ¿Por qué no esperó unos días a que yo regresara a ese lugar donde la había conocido? Lógico, no es la misma, entonces descubrí que ellas –todas, la población completa, esa cantidad increíble- poseen una única mente. Es así como una cucaracha turrialbeña me amenazó de muerte porque yo había asustado a una cucaracha de quien sabe dónde. La cucaracha turrialbeña disfrutó verme alterada con su golpe, e inmediatamente todas las del mundo se reían de lo sucedido. Tienen una única mente.

Sólo al darme cuenta de eso pude dejar de lado el episodio del golpe y comencé a pensar en ellas. ¿Cómo una cucaracha puede vivir escuchando los pensamientos de millones de cucarachas? Entonces, ¿Una cucaracha que se escurre entre las puertas de un baño puede estar leyendo a Sartre y al mismo tiempo encontrar la solución a alguna integral indefinida? Me pregunto cómo una cucaracha puede elegir entre reírse por los gritos de alguien al verla o llorar porque su amiga esta siendo aplastada con un zapato? Pero sobretodo, trato de imaginar la fuerza que tenía aquella cucaracha turrialbeña para silenciar lo que decían todas las otras que yo había conocido. Seguro le decían que no saltara, que era una idea disparatada pensar que podría sobrevivir a un salto así y además asustarme. Esa cucaracha debió de andar entre un libro de Girondo: Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

¡Esa cucaracha es una heroína! Ahora, de las rayas de su espalada mis ojos nunca más se van a dejar fascinar.

Deforme y bello

Una semana sin noches
es un día que es todos a la vez:
asintótico a una grieta desesperada,
las hojas de un árbol que destila magia,
es la imaginación sobre un lienzo pálido,
y esa mirada que ve todo en la nada.
Es un martes y luego un jueves muerto: un domingo.

Es un día que se fragmenta en episodios efímeros
como las sombras que proyectan los párpados al despertar.
Y es también, interminable como el desvelo.

Este día trata de encontrar su forma
pero no se reconoce en ningún nombre
y se acuesta para cubrirse con la extrañeza
de dormir sin saber lo que fue.

A un pintor

Hirió a la noche
cuando su cuerpo de tinta
estalló los trazos contra ella,
los dibujos huérfanos se colgaban de mis días,
líneas enloquecidas empantanaban los pasillos
y el tiempo eran hojas ansiosas
que se escapaban para robarse el color.

En su cuerpo, en la tinta o en el tiempo,
pero en algún sitio los dibujos palidecieron,
y en una esquina blanca y resentida
garabateó anónimo y abandonó las paredes
que ahora llevo entre las uñas.

De vez en cuando veo sus líneas
en los suspiros tóxicos que saturan la atmósfera,
en teléfonos estrangulados de madrugada,
en risas enjauladas en una hoja amarillenta
y en mi inútil intento de aprender a pintar.